La parábola anterior sobre las diez vírgenes, se complementa con la de los talentos mediante el nexo “porque” (Mateo 25:14). La primera se centraba en el aspecto espiritual de las jóvenes que no es perceptible a primera vista. Sin embargo, en esta ocasión, se enfatizan las acciones externas de los protagonistas. Tal y como expresa S. P. Millos “Si en la parábola de las diez vírgenes se enseña la necesidad de velar, en la de los talentos se enseña la de trabajar. Mientras el creyente espera el regreso de su señor, se ocupa en actividades propias del reino, en tanto llegue el Señor”.
Algunos confunden esta parábola con la de las minas, pero aunque presentan similitudes, hay una notable diferencia porque el auditorio no es el mismo. En la de los talentos, Jesús se dirige a sus discípulos en el monte de los Olivos, mientras que la parábola de las minas es escuchada por una multitud en Jericó. En la primera los siervos se diferencian en bienes a administrar según su capacidad, en Jericó se enseña a siervos que son igualados en lo que gestionan.
Acontecimientos hasta la segunda venida
Como ya ocurrió anteriormente, un viaje donde el Señor tarda en venir y la rendición de cuentas, es el motivo de esta enseñanza (Mateo 24:46, cp. Mateo 25:19). La parábola muestra situaciones que se producirán con los discípulos del Señor hasta su regreso, tal y como Jesús enseña en el evangelio de Juan, donde promete un Consolador (Juan 14:16) y después explica su sufrimiento en el futuro: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:20). Durante este período, los discípulos se caracterizarán por su forma de actuar semejante a la de su maestro: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 4:12-13). Todo esto acabará cuando vuelvan a verlo (Juan 16:16-22).
Distinta capacidad
El término “capacidad” se traduce del vocablo griego dúnamis que significa poder, fuerza, eficacia, energía, o habilidad. “Dios nunca demanda de un creyente más de lo que es capaz de rendir bajo el control y poder del Espíritu Santo. Es cierto que los súbditos del reino no son iguales en cuanto al número de talentos que reciben, pero pueden ser iguales en cuanto a la fidelidad en el uso de ellos”. El dueño repartió parte de sus bienes entre sus siervos como quiso, en esto vemos la soberanía del mismo (1ª Corintios 12:11; Efesios 4:11), y su gracia al otorgar diferentes cantidades (1ª Pedro 4:10). El denario es el salario diario de un trabajador, esta moneda romana puede verse en muchos museos como el arqueológico de Madrid. El talento como unidad de medida equivalía a sesenta minas, y cada una a cien denarios. En este caso, sería un peso equivalente a unos 34 kg y podría referirse a ese peso en cobre, plata, u oro. El término “dinero”, empleado en este texto (Mateo 25:18 y Mateo 25:27), se traduce del vocablo griego que significa “plata”, es decir, probablemente un auténtico tesoro.
Por tanto, nos encontramos con cantidades importantes para negociar y obtener un buen rendimiento, dado que de no usarse, con el tiempo su valor se depreciará. Conservar lo que tenemos puede ser la visión de muchos pensando que vivimos en los últimos tiempos y que las personas a nuestro alrededor ya no tienen interés en el evangelio. Pero en el relato, vemos que no es la forma correcta de pensar de un verdadero discípulo que conoce la manera de razonar de su maestro, quien se preocupó de multiplicar panes y peces para dar de comer a los que mostraban interés por escuchar el evangelio.
Distintas visiones
Los siervos comienzan a pensar cómo gestionar el montante recibido, no se indica que sea fácil, pero tampoco que esto suponga una preocupación, más bien para dos de ellos representa un reto ilusionante duplicar este tesoro. Sin embargo, uno ideó un plan de enterramiento, algo muy característico de una época donde los bancos podían sufrir robos. Cada vez se encuentran más tesoros de la antigüedad de personas que creyeron recuperarlo algún día y no tuvieron la oportunidad de regresar para recogerlo. La sepultura o muerte del talento recibido, refleja una mente sin fe, ni esperanza en que esa riqueza tenía valor o vida en sí misma para crecer, así se quitó la preocupación o problema de encima, mientras seguía con su forma de vivir.
Es llamativo que el Señor sabía perfectamente a quién dar menos porque el rendimiento sería nulo, aunque también tuvo su oportunidad. De alguna forma, la prueba serviría para dejarle en evidencia y sin excusas, por más que después intente justificarse. Este siervo es desobediente, hace lo contrario de lo que se le pide, y en esto cabe recordar que rechazar el evangelio es un acto de desobediencia, teniendo en cuenta que Dios manda arrepentirse, por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos (Hechos 17: 30-31). Dios no está triste implorando arrepentimiento, como escuchamos a algunos predicadores, porque es un imperativo.
Rendir cuentas
La dilación caracteriza al regreso del amo. La fidelidad de los siervos es puesta a prueba como enseñan las Escrituras “hasta la manifestación de Jesucristo” (1ª Pedro 1:6-7). Ha llegado el momento de dar fe compareciendo ante el verdadero dueño del tesoro que ha delegado temporalmente una parte de su administración. Se habla de aquel que había “recibido” y después había “ganado” otros cinco talentos. Del mismo modo, el que había “recibido” dos, había “ganado” otros dos. La respuesta es inmediata, se reconoce la fidelidad de los siervos, su señor no se había equivocado con ellos, eran dignos de confianza tal y cómo se demuestra: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”.
La recompensa es entrar en el “gozo de tu Señor”, y esa frase recuerda también a lo que vemos en el evangelio de Juan para aquellos que han sufrido: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”, “…ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo. En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11; 16:22-24). El siervo estará gozoso al ver de nuevo a su señor y enseñarle el fruto de su labor, pero por más contento que pueda estar, es su señor quien le incorpora a la bendición de estar con él y disfrutar de su presencia, algo a lo que el siervo no puede acceder por más que trabaje. La gracia del Señor se revela nuevamente para traer un gozo más grande.
Maldad y negligencia
Queda la parte más triste e incomprensible. En teoría un siervo lo tenía más fácil que los demás, no tenía que mover tanto capital, tampoco se espera que el amo le recrimine nada si al menos lo hubiese intentado, simplemente, se niega a trabajar y después desentierra la cantidad recibida esgrimiendo que no la había perdido. El siervo malo tuvo una actitud conservadora que en este caso, fue su perdición porque el reino de los cielos es para pescadores de hombres, no para marineros que nunca salen a la mar. La falta de acción o la omisión, muestra su negligencia y pecado. No basta con hacerse a un lado y dejar que pase el tiempo sin estorbar, hay que molestarse en trabajar con esperanza, si realmente la visión del discípulo coincide con la de su maestro, quien no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos (Marcos 10:45).
La excusa del siervo es acusar a su señor culpándole, para qué andarse con chiquitas. Parafraseando podríamos decir: “Te conozco y te tengo miedo por ser así”, aunque Dios es amor y un juez justo. Así que, mejor cruzarse de brazos. El miedo y culpar a Dios de todo para hacerle responsable de nuestras acciones, es propio del hombre caído desde el principio como vemos en el huerto de Edén: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”, “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:10-12). Asumir nuestro pecado y arrepentirnos sin excusas, es el primer paso para reconciliarnos con Dios y andar en su temor con confianza porque “el perfecto amor echa fuera el temor” (1ª Juan 4:18). La acusación a Dios, básicamente le convertiría en ladrón, al recoger un fruto en el que no había participado sembrando. Por otro lado, le sitúa como alguien sin misericordia al no dejarles nada para comer. Evidentemente, este siervo no conocía a su señor en nada, más bien cree que es como él, un ruin.
Precisamente, la sociedad en la que vivimos se caracteriza por culpar a Dios de todo lo malo mientras le da la espalda, sin adorarle y servirle. Esto muestra un desconocimiento general de su persona y obra a favor de la humanidad por medio de Jesucristo, que nos otorga una salvación por pura gracia y múltiples dones, tras sustituirnos al entregarse por amor de nosotros en una cruenta cruz. Los sacrificios que no podíamos ofrecer por causa de nuestro pecado, fueron suplidos por su vida como ofrenda en olor fragante. Dios es siempre generoso con aquellos que le aman.
El veredicto
La sentencia final es completamente razonable y recuerda a las palabras del apóstol Pablo: “acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2:15-16). En caso de que el siervo negligente creyera su argumento al decir que Dios siega donde no siembra y recoge donde no esparce, entonces al menos por miedo, debería trabajar aunque sólo fuese por el pánico del castigo a recibir. Algo no cuadra. ¿Dónde está el miedo de quien no hace nada aun creyendo que Dios es tan duro? La respuesta es sencilla, bastaría con ir a un banco y que otros lo gestionen para tener un interés, lo recibido es algo valioso, incluso con poca administración. El señor no le pedía un imposible, ni algo tremendamente complicado, sus mandamientos no son gravosos, porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe (1ª Juan 5:3-4).
El tiempo para ser un negociador del reino de los cielos había terminado, en realidad, el siervo malo nunca había formado parte de su administración, ni de ese reino, por decisión propia. El talento recibido, le es quitado y entregado a quien lo valora y desea multiplicarlo (Mateo 25:28). Se trata de alguien que desprecia su primogenitura como Esaú por cualquier plato de lentejas que el mundo pueda ofrecer viviendo otra vida y enterrando los dones que Dios ofrece como si no existiesen. El golpe definitivo es ser echado fuera de todo gozo, en el lugar de las tinieblas donde no hay luz ni esperanza, sólo lloro y rechinar de dientes por la frustración de haber desperdiciado la oportunidad recibida en vida (Mateo 25:30). Cuánto tiempo en la eternidad reflexionando sobre lo perdido y lamentándose por ello, como ocurre con un hombre rico que lo pierde todo, mientras Lázaro es vindicado: “Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado” (Lucas 16:25).
Conclusión
En ocasiones cantamos el himno de Enrique Turrall:
Tantos bienes recibimos
De tu mano ¡oh Dios!
Nada hemos merecido,
Todo es puro amor.
La pregunta es si valoramos en primer lugar la vida de Cristo, entregada por amor de nosotros y todas las bendiciones con él, o si simplemente, vamos por la vida vagando deslumbrados por bagatelas terrenales. El brillo de este mundo, puede cegar y hacer creer a muchos que son hijos de Dios cuando tal vez, ni siquiera conocen a Cristo como Señor y Salvador. Nuestra forma de valorar el reino de Dios, mostrará qué somos realmente.
Este artículo ha sido publicado en la revista Edificación Cristiana y cuenta con la autorización personal y directa de su autor para reproducirlo en Jeitoledo.com.