El término conspiranoico se suma a la lista de numerosas palabras policía que se emplean para anular el pensamiento crítico o cerrar un debate antes de llegar a abrirlo: negacionista, tragacionista, facha, progre, machista, aliade, homófobo, woke, racista… Calificando al interlocutor, o más bien descalificándolo hasta la ridiculización o demonizándolo, se consigue de forma reduccionista cerrar los oídos y la mente a cualquier argumento o explicación que se salga del pack ideológico o intelectual al que nos hayamos adherido, con independencia de que seamos movidos por nuestras filias o nuestras fobias.
Lo cierto es que con la excusa de ser disidencia o resistencia al sistema o a quienes lo dirigen, han surgido una serie de personajes dudosos y excéntricos que cuestionan cosas tan elementales de la física como la gravedad, las existencia de las estrellas, si la tierra es esférica… O directamente se inventan la existencia de un domo tetrateroidal en la Antártida… Sin más evidencia que su verborrea, esa misma con la que suelen rematar sus exposiciones aludiendo a conclusiones difusas e abstractas.
Y no es menos cierto que a los oficialistas les viene fenomenal promocionar y hacer que ganen notoriedad estas voces ridículas para poder etiquetar al todo por la parte, y desacreditar a aquellos librepensadores con criterio que tienen voces certeras o evidencias suficientes que podrían poner en peligro las narrativas que quieren cincelar en la conciencia colectiva aquellos que tienen el poder para jugar a la ingeniería social.
También es verdad, que las voces de la disidencia excéntrica podrían usar toda esta línea argumental que estoy desarrollando para considerar a la disidencia que les critica como disidencia controlada o neoficialistas.
Lamentablemente, el tiempo no dará ni quitará razones. Sólo Dios podrá dar respuestas en esta vida o la venidera, porque con los plazos que habitualmente se marcan los gobiernos y de los servicios de inteligencia para desclasificar documentación confidencial y “sensible”, se pretende que nadie a quien verdaderamente le importe un suceso del que haya sido testigo pueda llegar a conocer la verdad de lo ocurrido.
El reduccionismo como ahorro de energía ante la sobreinformación
Y es que hay una verdad de fondo en cuanto a la realidad de las cosas que nos rodean y cómo las percibimos o interpretamos, ya que vivimos en un mundo que va a un ritmo infernal, en el que los sucesos y las noticias se atragantan tanto en las redacciones de los periódicos como en nuestras cabezas; donde la sobreinformación nos empuja a ser prácticos para ahorrar energía y tiempo. Simplemente, no podemos saberlo todo de todos los temas.
Así que tendemos a la simplificación de la interpretación de los sucesos que tienen lugar en nuestro entorno y en base a nuestros sesgos de confirmación, rellenamos los huecos oscuros e inexplicables para armonizar la interpretación de esos sucesos que tienen lugar con nuestra forma de ver la vida.
Muchos invocan el principio de la navaja de Ockham para sacar conclusiones simples y rápidas. Sin embargo, lo llevan tan al extremo de la simplificación que toman este principio de forma incompleta, y se quedan con la parte que dice que “la explicación más probable es la más simple”, olvidándose de que esta conclusión está supeditada a la primera parte del principio que establece la premisa de “en igualdad de condiciones”. Y es que para determinar esas condiciones, ineludiblemente se requiere complejidad y profundidad de análisis. Tal vez, más que un principio, deberíamos de empezar a tratarlo como una paradoja.
En definitiva, se les llama conspiranoicos a los librepensadores que se rebelan contra la comodidad intelectual de tener que comerse un refrito argumental o un bálsamo simplista diseñado para no pensar y pasar página.
Estos conspiranoicos, dan un paso más allá de la oficialidad de las cosas y, con pruebas o sin ellas, se hacen preguntas que escarban más allá de lo superficial de los titulares y las consignas, y se empeñan en procesar la información de una manera racional, centrándose en las causalidades en lugar de conformarse con simples casualidades: patrones, contradicciones, a quien beneficia el qué…
La conspiración más importante de la historia
La Biblia nos cuenta que después de que Jesús hiciese el milagro de sanar al hombre que tenía la mano seca en pleno día de reposo, los fariseos, tuvieron consejo contra para destruirle (Mateo 12:14). La estrategia que habían decidido utilizar pasaba por tratar de acabar con su imagen al tratar de dejarle en evidencia antes sus seguidores pidiéndoles señales (Mateo 16:1), tendiéndole encerronas para tratar de dejarle en evidencia (Mateo 22:23-28, Mateo 22:35-36), o para enfrentarle con las autoridades políticas judías (Mateo 19:3) o romanas (Mateo 22:15-18) con la esperanza de que estas sintiesen la necesidad de intervenir y que acabasen con él.
Sin embargo, todas estas artimañas fueron estériles. Jesús aumentaba tanto su fama como sus seguidores, hasta el punto en que los principales sacerdotes, escribas y ancianos deciden subir un peldaño más en su escalera de la ignominia, y acuerdan tenderle una trampa para prenderlo y matarlo a espaldas del pueblo (Mateo 26:3-5, Lucas 22:6) porque era tal la fama de Jesús que tenían miedo de que la reacción del pueblo se volviese contra ellos (Mateo 21:46).
La ejecución de la conspiración y el control del relato
En medio de las maquinaciones de los fariseos, se les presenta un colaborador inesperado: Judas, un discípulo de Jesús, que sabía de las intenciones de los fariseos (Mateo 16:21, Mateo 17:22-23, Mateo 20:17-19, Mateo 26:1-2 y Mateo 26:32) decide traicionarlo y entregarlo a cambio de 30 piezas de plata (Mateo 26:15).
Los fariseos se ponen manos a la obra y siguiendo las instrucciones de Judas, disponen de una compañía armada para arrestarlo (Juan 18:12) en un sitio apartado y solitario que estaba en el monte de los Olivos, en donde Jesús solía ir a orar (Lucas 22:42 y Juan 18:2); movilizan a sus partidarios con nocturnidad para hacer una farsa de juicio con la que tener una confesión o un pretexto de culpabilidad con la que acudir a la autoridad romana (Mateo 26:59-66) y no dudan en echar mano, incluso, de falsos testigos que tratan de incriminar a Jesús. Finalmente, le condenan en un teatro en el que sobrerreaccionan un falso sentimiento de escándalo y ofensa, y se lo llevan a Pilato para que presionado por una multitud lo condene a muerte (Juan 19:12). Finalmente Jesús es crucificado y metido en un sepulcro.
Pero la cosa no acabó ahí, los conspiradores, los principales sacerdotes ante el temor de que los discípulos robasen el cuerpo de Jesús y anunciasen la resurrección de Jesús, lograron convencer a Pilato para que sellase el sepulcro y lo custodiase con una guardia (Mateo 27:62-66), para evitar que los conspiranoicos de los discípulos alborotasen al pueblo. Esta proyección se repite en nuestros días, en donde los conspiradores acusan y desacreditan a quienes pueden delatar sus acciones.
Y Jesús resucitó, siendo testigos de ello los soldados que custodiaban el sepulcro (Mateo 28:4). Esto obligó a los fariseos a mover ficha, y para apuntalar su relato de que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús, sobornaron a los soldados con mucho dinero para dijeran que los discípulos efectivamente habían robado el cuerpo (Mateo 28:11-15).
Sin embargo, el anuncio de que Jesús había resucitado se estaba empezando a difundir, y el concilio decidió censurar y amenazar a quienes persistieran en predicar sobre la resurrección de Jesús (Hechos 4:17), llegando incluso a castigar con azotes a quienes hablasen de la resurrección (Hechos 5:40).
Al final como decía el filósofo ateo Antonio Escohotado: «la verdad se impone sola. Sólo las mentiras necesitan subvenciones del gobierno».
Los conspiranoicos dijeron la verdad
Más allá de que el sacrificio de Cristo formase parte del plan de Dios de redención de la humanidad, tal y como explica el apóstol Pedro cuando dice que fuimos rescatados de nuestra vanidad “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo” (1ª Pedro 1:19-20); lo cierto es que la muerte de Cristo fue el resultado de una conspiración urdida con nocturnidad y premeditación por los fariseos, y aquellos que fueron perseguidos por conspiranoicos dijeron la verdad.
El valor del testimonio de los discípulos fue tan grande que no hubo dinero que los pudiera comprar, ni amenaza que los silenciase, ni sentencia de muerte que hiciera que se retractasen. Ellos avalaron con su vida la declaración de lo que vieron sus ojos; y el hecho de que lo hicieran en bloque, constituye un hecho único en la historia, porque no hay otro registro de un grupo de gente que haya decidido dejarse perseguir y torturar hasta la muerte sin retractarse por defender algo que no fuese cierto. Todos los que sostienen una mentira, antes o después, la abandonan cuando llega el sufrimiento de la persecución.
Los conspiranoicos seguidores de Jesús de Nazaret denunciaban una conspiración que había sido encabezada por el sumo sacerdote Caifas, que fue el autor intelectual, y con la necesaria complicidad de una mayoría del Sanedrín conformada por otros destacados miembros del partido de los saduceos y de los fariseos. Estos, después de cometer su farsa judicial y lograr manipular a una multitud desinformada que pidió la pena capital contra su Mesías, fabricó, financió y propagó el bulo de que los discípulos habían robado el cuerpo, y prohibieron bajo amenazas de prisión y tortura a cualquiera que pusiera en duda la versión oficial o dijese que el rabino había resucitado y cumplido lo que había venido anunciando y profetizando desde hacía varios meses antes