¿Sabías que… Las llaves de Pedro son tres y no dos, como generalmente se piensa?
Solo Pedro, de entre todos sus discípulos, respondió adecuadamente a la pregunta de Jesús “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16:13). Entonces Jesús en su elogio a la respuesta de Pedro, le dijo, delante de todos, entre otras cosas: “A ti te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.”
Mientras que la facultad de atar y desatar la extendió a todos los discípulos poco tiempo después (Mateo 18:18), la promesa de “las llaves del reino de los cielos” quedó circunscrita a Pedro exclusivamente.
Ahora bien, en qué consistían las llaves, cuantas eran y de qué forma se utilizarían no quedó expresado en las palabras de Jesús, así que tenemos que “escudriñar” en los hechos de los apóstoles para encontrarlas. Empieza el relato del libro de los Hechos con una profecía de Jesús y unas instrucciones: (Hechos 1:8): “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” En esta frase estaba implicado el Espíritu Santo que había de venir para que recibieran poder, y las etapas del testimonio con el que debían desarrollar el ministerio de hacer discípulos hasta alcanzar a todas las naciones (Mateo 28:19 y Lucas 24:49-49).
Las llaves, como todos sabemos, son unos instrumentos que tienen la utilidad de permitir abrir puertas que están cerradas, y acceder a su contenido. Así que las llaves del reino de los cielos tenían que permitir el acceso al reino de los cielos. El reino de los cielos, no es un reino de este mundo (Juan 18:36), sino aquel donde Cristo reina. O sea, la Iglesia de la que Él es la cabeza y los creyentes los miembros (Colosenses 1:18). ¿Y cómo se entra a formar parte de ese cuerpo? Por medio del Espíritu Santo (1ª Corintios 12:13; Efesio 2:18 y 4:4)
Jesús habló de llaves en plural, no en singular, por lo que siendo UNO SOLO el Espíritu, esa pluralidad no se refería al propio Espíritu, sino a distintas etapas en las cuales a través del mismo y único Espíritu la universalidad de los creyentes entrarían a formar parte de la Iglesia. Así que ahora solo tenemos que buscar esas etapas que fueron ejercidas por Pedro para determinar la ocasión y el número de llaves.
La primera llave abrió el reino para el ingreso de los judíos (Jerusalén y Judea. Jerusalén era la capital de Judea) y tuvo lugar en Pentecostés. Hechos 2:14, allí estaban Pedro y los otros, pero fue Pedro quien tomó la palabra (Varones judíos y todos los que habitáis en Jerusalén… 2:14). Y los que recibieron SU PALABRA… y se añadieron aquel día como tres mil (Hechos 2:41).
La segunda llave, fue cuando el reino de los cielos se abrió para los samaritanos. Aquel pueblo que aceptando la Torah, sin embargo adoraba sin conocimiento en un templo apóstata en competencia religiosa con los judíos, a los que iba a llegar la hora de formar parte del cuerpo formado por los verdaderos adoradores, los que lo hacen “en espíritu y en verdad” (Juan 4:20-24) . A Samaria había llegado Felipe, uno de los doce, predicando el evangelio. Y los samaritanos habían creído, y los había bautizado en agua, pero no recibieron el Espíritu Santo cuando creyeron. Solo lo recibieron cuando bajó Pedro de Jerusalén (Hechos 8:14 y 15, aunque acompañado de Juan, la llave era de Pedro).
La tercera llave, fue para aquellos de “hasta lo último de la tierra”, es decir, las otras gentes, o sea, los gentiles. El ángel de Dios dice a Cornelio que envíe a buscar a Pedro. Este, acompañado en esta ocasión por algunos hermanos de Jope (Hechos 10:23) se dirige a Cesarea y Pedro anuncia su mensaje (Hechos 10:34), siendo ratificado por el Espíritu Santo (Hechos 10:44).
A partir de entonces el Espíritu Santo se recibe en el momento de creer (oír con fe, Gálatas 3:2 con Juan 7:39). Ahora, estando las puertas abiertas para toda criatura, ya no hay ni se necesitan más llaves. Por eso la pretensión de que Pedro traspasó las llaves a sus “sucesores” que son quienes las tienen ahora desde entonces, es una fabula ridícula. Porque desde aquel momento solo hay una llave en singular, la llave de David, y es el Santo y el Verdadero, nuestro Salvador el Señor Jesucristo quien la tiene. El que cuando abre ninguno puede cerrar y cuando cierra ninguno puede abrir (Apocalipsis 3:7).