En tiempos de crisis aumentan los agoreros y engañadores que utilizan el miedo y desánimo como herramienta de manipulación, creando más incertidumbre con el fin de tener en un puño a aquellos que son presa de la inquietud. Durante la pandemia, no son pocos los informativos que utilizan grandes espacios para aumentar la alarma sin ser educativos. Del mismo modo, en el ámbito religioso, la profecía de la Palabra de Dios puede convertirse en un mensaje dirigido en una sola dirección para generar ansiedad y crear adeptos, sin esperar respuesta o fomentar esperanza. Por tal motivo, nos acercaremos al conocido “Sermón Profético”, tomando como base los capítulos 24 y 25 del evangelio de Mateo, con el fin de reflexionar sobre el mensaje sin buscar polémica, y reconociendo su plena actualidad ayer y hoy.
Una escena singular
Una visita al conocido templo de Herodes, se convirtió en una enseñanza inesperada para sus discípulos. Jesús entró posiblemente en el patio de Israel y en el patio de los gentiles, pero no en el edificio central (naos), ni en el patio de los sacerdotes. El recorrido termina y es tiempo de volver a Betania, de donde había venido por la mañana (Mateo 21:17).
Los discípulos le interrumpen y esperan que su maestro encuentre en aquellos edificios creados por el hombre admiración y asombro, lo que evidencia un desconocimiento considerable sobre su identidad divina y su propia gloria. Aquel por medio del cual ha sido creado el universo (Hebreo 1:2), había tenido un incidente con cambistas mostrando poco apego por aquella edificación (Mateo 21:12-17). Su preocupación era la función del templo que debía ser casa de oración para todas las naciones (Isaías 56:7). Evidentemente, estaba muy alejado de ese propósito.
La descripción del templo
La belleza del templo de Herodes, remodelado durante cuarenta años y terminado un poco antes de su destrucción, estaba fuera de duda desde una perspectiva puramente materialista. Tácito reconocía que “éste era un templo de inmensa riqueza”, construido de tal modo que era “una excelente fortaleza”. El Talmud de Babilonia dice: “El que no haya visto el templo de Herodes nunca ha visto un edificio hermoso”. Josefo comenta que el santuario “naos” eran piedras “blancas y fuertes” con veinticinco codos de largo, ocho de altura, y doce de anchura, más grandes que las de al menos siete metros de largo en el “muro de las lamentaciones”.
El general Tito en el año 70 d.C., mandó arrasar el santuario, con excepción de tres torres y parte del muro occidental. Muchas piedras estaban chapadas en oro, y cuando lucía el sol en toda su fuerza, apenas se podía mirar el resplandor. Cómo cortaron y colocaron aquellas descomunales piedras desde la base que hoy puede estudiarse con los cimientos que quedan, sin apenas variación de lado a lado de la muralla restante, sigue siendo un misterio de la ingeniería antigua.
Parece ser que Tito no quería tanta destrucción, pero Turno Rufo, gobernador romano de Judea, insistió en devastarlo casi todo, hasta pasar el arado para dejar aquella planicie en la cima del monte de Sión de mil pies cuadrados en su estado original antes de la construcción, así se cumplió la profecía (Miqueas 3:12).
Aquel paseo
La respuesta de Jesús no puede ser más natural y desconcertante, parafraseando sus palabras podemos decir: “Lo veis, pero no lo veréis”. Todo sería destruido y así, sin mediar palabra, sigue paseando como si nada, cruzando a pie el valle de Cedrón, hasta llegar al monte de los Olivos. Ese trayecto sirvió para conturbar a sus discípulos que no salen de su perplejidad y tienen una curiosidad desmedida, algo que Jesús ha provocado intencionadamente. La ansiedad es patente. De repente, al llegar a su destino en aquel monte, Jesús se sienta con tranquilidad, algo que vemos también en el Sermón del Monte (Mateo 5:1). Mientras esto ocurre, los cuatro discípulos más afines en representación de los demás, lanzarán diversas preguntas relacionadas con su aseveración (Marcos 13:3). Al sentarse, es de esperar que Jesús como es habitual, transmita nuevas enseñanzas. Si aquella casa quedaba desierta (Mateo 23:38), para los judíos el mundo no podía permanecer. Los rabinos decían que el templo era una de las siete cosas por cuya causa se hizo el mundo. Es decir, el mundo no podía sobrevivir al templo.
El simbolismo profético
El lugar escogido por Jesús para sentarse, tampoco es casual. El monte de los Olivos no era sólo un buen “mirador” desde donde disfrutar de las vistas del monte del templo, sino que en términos modernos se trataba de un “Deja vu”, o la sensación de repetir acontecimientos pasados. Hendriksen lo define como “escorzo profético”, fenómeno según el cual se ven dos acontecimientos históricos extensamente separados como uno solo, y no estamos hablando de la destrucción del templo y la segunda venida, sino como también explica David F. Burt, de lo ocurrido en el siglo VI a.C.
En tiempos de Ezequiel, cuando el profeta contempla cómo la gloria de Dios, shekinah, se aleja del templo para dejar la casa de Dios abandonada o desolada, ésta se sitúa sobre el monte de los Olivos, al oriente de Jerusalén (Ezequiel 11:22-23). El escorzo continúa en tiempos postreros hasta llegar a lo descrito por Zacarías cuando el monte de los Olivos se partirá en medio (Zacarías 14:4). Por tanto, la escena de Jesús y sus discípulos está en medio, enlazando todos los acontecimientos con su persona. El alejamiento de Jesús del templo tiene consecuencias terribles que los discípulos no son capaces de interpretar todavía.
Solicitud de un informe
Los discípulos piden datos concretos, e incluso señales claras en relación a “su venida” y “el fin del mundo”, expresión esta última que se utiliza seis veces en el NT, cinco de las cuales están en Mateo (13:39, 40, 49, 24:3, 28:20; Hebreos 9:26-28) y denota juicio final y consumación de todas las cosas. En cuanto a la palabra “parusía” o venida, está veinticuatro veces en el NT y cuatro en Mateo 24 (3, 27, 37, 39). Además, desean saber con exactitud cuándo sucederá todo. Es difícil pensar que los discípulos relacionaran la segunda venida de Jesús desde el cielo a la tierra. Lo más probable es que piensen en la venida del reino de Cristo para sentarse en su trono de gloria, algo que Jesús había mencionado anteriormente (Mateo 19:28).
Los discípulos de alguna forma identifican la destrucción del templo que implicaba el fin del sistema levítico, y la venida del reino de Cristo para dar lugar a una nueva realidad, pero Jesús tendrá que enseñarles que hay una demora entre ambos acontecimientos, aunque estén relacionados.
La referencia paulina
En la segunda carta a los tesalonicenses, Pablo establece un contexto de apostasía en relación a la segunda venida de Cristo y menciona al hombre de pecado, el hijo de perdición, “el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2ª Tesalonicenses 2:4). Estas cartas se escribieron según muchos entendidos, unos veinte años antes de la destrucción del templo en Jerusalén y la descripción es llamativa porque se habla de sentarse, no en el monte de los Olivos, fuera del templo, sino en el templo de Dios.
La primera cuestión a dilucidar es a qué templo se refiere, algo que no es baladí. Algunos excelentes comentaristas como Eugenio Green, sugieren que la traducción podría ser “el templo del Dios”. Es decir, aquel lugar que el hombre de perdición escogiere, aunque no fuese en Jerusalén. En Tesalónica, Augusto también se consideraba un dios con su lugar de adoración, y allí había un templo en honor a él, por lo que a los tesalonicenses estas expresiones les resultaban familiares.
Sin embargo, más adelante Jesús hará el escorzo al citar la “abominación desoladora” de Daniel (Mateo 24:15), donde en el templo de Jerusalén se celebraban sacrificios. Antíoco Epifanes (169 a. C.), al igual que Calígula en el 40 d. C., antes de escribir Pablo, intentaron profanarlo, algo que el hombre de pecado anhela lograr.
El templo de Ezequiel
A partir del capítulo 40 de Ezequiel se describe un templo con unas medidas simbólicas, perfectas, que parecen representar un cubo exacto. Algunos identifican este templo con un futuro santuario en medio de Israel que será necesario edificar para que se cumpla lo que Pablo ha expresado a los tesalonicenses. No en vano, los judíos llevan décadas preparándose para un acontecimiento así. No son pocos los testimonios de artistas que han recibido encargos para decorar el futuro templo, y también en Israel hay bases de datos donde se atribuye ascendencia sacerdotal a determinadas personas. Con todo, si un edificio así llegara a levantarse nunca sería el lugar solicitado por Dios, como tampoco lo fue la reforma del templo llevada a cabo por Herodes. Del mismo modo, los sacrificios que pudieran realizarse en ese santuario, tampoco serían con el beneplácito de Dios, sabiendo que éstos eran sombras del sacrificio perfecto de Cristo realizado una vez y para siempre (Hebreos 7:26-28).
Cualquier tentativa de llevar a cabo este proyecto, no podría modificar el nuevo pacto en Jesús para su Iglesia formada por judíos y gentiles, redimidos por la obra de Cristo en la cruz que esperan su venida y que son templo del Espíritu Santo (1ª Corintios 3:16). Cristo es la piedra del ángulo de un edificio espiritual no hecho de manos como ya había anunciado (Mateo 21:42-46). Dios seguirá sentado fuera de un templo material cuando el hombre de pecado haga su aparición, dado que su venida será posterior y nadie le arrebatará su trono, y eso es algo que los tesalonicenses que formaban parte de la Iglesia del Señor, necesitaban comprender (2ª Tesalonicenses 2:1-3).
Propósito del Sermón
Jesús desea hacernos entender que aquellas cosas que despiertan nuestra admiración y asombro en este mundo, no tienen ningún brillo porque la gloria es suya y le pertenece desde la eternidad y hasta la eternidad. Los acontecimientos del fin comienzan con su primera venida, aunque en el intervalo hasta la segunda, deban ocurrir muchas cosas que debemos conocer. Por todo esto, es importante discernir el contenido de este sermón. Si nuestra vida está centrada en lo importante, sabremos encajar todo lo que tiene que venir hasta que Cristo mismo manifieste su gloria.
Este artículo ha sido publicado en la revista Edificación Cristiana y cuenta con la autorización personal y directa de su autor para reproducirlo en Jeitoledo.com.