boca de metro de Londres con el Big Ben al fondo
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En el libro de los Salmos encontramos estas dos afirmaciones de esperanza, confianza y alabanza:

     – “Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (16:11)

     – “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!” (119:103)

     Dos versículos en los que sus autores celebran la realidad de poder estar en la presencia del Señor en todo momento, con gozo, disfrutando de su Palabra. Estos son algunos de los grandes privilegios que tenemos en Cristo gracias a su Salvación.

     Pero creo que los cristianos vivimos experiencias en las que podemos encontrarnos lejos de esta realidad, momentos en los que resulta difícil experimentar esta “plenitud de gozo” en la presencia del Señor, sin ganas de leer la Biblia o con indiferencia ante lo leído y sin poder decir que sus palabras son “dulces a mi paladar”.

     Y entonces surgen preguntas: ¿Cómo sentirme gozoso en la presencia del Señor cuando estoy rodeado de problemas? O, ¿cómo disfrutar de la lectura de la Palabra de Dios cuando mi mente está en otras cosas que me distraen y preocupan?

     Escuché hace tiempo una historia del metro de Londres que me emocionó y que creo que nos puede ayudar a contestar estas preguntas.

     En los altavoces de todas las estaciones del metro de Londres se escucha una frase: ‘Mind the gap, please‘. La frase dice algo así como ‘Cuidado con el hueco, por favor‘, advirtiendo del peligro de meter el pie en el hueco que hay entre vagón y andén.

     La voz original la grabó un actor en 1960 y se escuchó durante décadas en las estaciones del metro. El actor falleció en el año 2001, con 80 años, y, desde entonces, su viuda solía ir a las estaciones de metro para escuchar la voz de su marido. Pero, los tiempos cambian, y en el metro decidieron sustituir la voz de este actor por un sistema telemático. Cuando la viuda dejó de escuchar la voz de su marido, se puso en contacto con los del metro para que le diesen una copia con el mensaje grabado. Cuando escucharon su historia, no sólo le hicieron una copia en CD, sino que decidieron que en una de las estaciones siempre se escucharía la frase con la voz original de su marido.

     Para los que vivimos en ciudades grandes resulta fácil imaginar una mañana de hora punta en el metro de Londres. Todo el mundo agobiado, con prisas para llegar a su destino mientras, de fondo, se escucha esa voz advirtiendo sobre el peligro del hueco entre andén y vagón. Una voz que dice algo que es importante pero a la que nadie presta atención. Ya la han escuchado miles de veces y no son conscientes de que está sonando por los altavoces. Pero, en medio de este caos, se encuentra una mujer mayor, sentada en un banco del andén. Está concentrada, en silencio. Algunas veces sonríe, otras se emociona y llora. Algunos pensarán que está dormida, otros que está loca o borracha, incluso puede ser que se rían de ella, ignorantes de lo que hay en su mente y en su corazón.

     Pero a ella le da igual, porque lo que para todos los que pasan por el andén es una simple frase de advertencia a la que ya no prestan atención, para esa mujer es la voz de su marido, ya fallecido, de la persona con la que ha compartido gran parte de su vida. Y me la imagino abstraída de todo lo que hay a su alrededor, escuchando esa voz y recordando momentos vividos junto a él, únicos, íntimos. Recuerdos de una relación de amor que el resto del mundo ignora.

     Creo que los cristianos somos como esa mujer. En su caso, su marido estaba muerto, ella solo podía recordar y rememorar momentos vividos juntos, pero en nuestro caso, el Dios que nos ama y al que amamos está vivo, habita dentro de nosotros con su Espíritu Santo. No somos uno más en la multitud, somos sus hijos. Nos ama. Lo ha dado todo por nosotros, le importamos, nos escucha. Está atento a todo lo que nos pasa y, en medio de cualquier situación y circunstancia, podemos disfrutar de estar en su presencia y escuchar su dulce Voz, su Palabra.

     Que nuestro corazón tenga ese mismo amor a Dios que tenía esa mujer por su marido, aunque nos tomen por locos o se rían de nosotros, sin importarnos el qué dirán, ni la indiferencia o el rechazo de los que nos rodean.

     Cada día, con la ayuda del Señor, tenemos que hacer el ejercicio de identificar y neutralizar todo aquello que intente sustituir la Voz de Dios en nuestras vidas y que sea un obstáculo que nos impida disfrutar de la plenitud del gozo de estar en su presencia

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