Uno de los debates recurrentes en la esfera cristiana es cómo posicionarnos y actuar, ya sea individual o colectivamente, en relación con las autoridades políticas que gobiernan el país en el que vivimos. El apóstol Pablo ordena de forma imperativa a los creyentes del siglo I que deben someterse a las autoridades superiores, tal y como dice en Romanos 13:1. La afirmación de Pablo no deja lugar a las dudas ni abre un abanico de opciones, y no sólo lo ordena, sino que Pablo en los versículos siguientes pasará a justificar las razones del porqué debe obedecerse a las autoridades (Romanos 13:2-7). Pablo justifica y razona su afirmación en varios líneas argumentales:
- Porque Dios establece la existencia de autoridades superiores. (Romanos 13:1)
- Porque oponerse a la autoridad equivale resistir a Dios mismo. (Romanos 13:2)
- Porque las autoridades superiores son servidores de Dios que buscan nuestro bien. (Romanos 13:4)
- Para evitar vivir con miedo de sufrir sus castigos. (Romanos 13:3-4)
- Por razón de conciencia. (Romanos 13:5)
- Porque para eso pagamos impuestos, para que se encarguen de gestionar las cosas materiales en un acto de servicio a nuestro favor. (Romanos 13:6-7)
El apóstol Pablo apela a argumentos de autoridad, de obediencia a Dios, al propósito de acción de esas autoridades, a motivos de conciencia e incluso a la utilidad del pago de tributos. Algunos parecen ser más contundentes, mientras que otros parecen algo cuestionables o incluso cogidos con pinzas. Sin embargo, la posición del apóstol Pablo no es caprichosa ni nacida de su propia forma de ver el mundo social y político de la época. De hecho algunos de sus argumentos los podemos encontrar en el discurso y obra del propio Señor Jesús cuando fue cuestionado sobre los líderes romanos o cuando tuvo que tratar con ellos.
En relación con el pago de tributos e impuestos, en los evangelios encontramos dos situaciones en las que Jesús se manifiesta al respecto. Una de ellas fue cuando los que cobraban las dracmas para entrar al templo cuestionaron a Pedro sobre Jesús diciendo: “¿Vuestro maestro no paga las dos dracmas?” (Mateo 17:24). Jesús cuestiona el hecho en cuanto a la legitimidad de la petición haciendo una pregunta retórica, pero decide someterse y pagar el precio para no ofender a los recaudadores (Mateo 17:27). La segunda ocasión, se produce cuando un grupo de fariseos intenta tenderle una emboscada para poder cazarle en una declaración que le incriminase y así poder acusarle ante las autoridades romanas. La pregunta capciosa era clara y directa: En relación con el pago de los tributos, ¿es lícito dar tributo al César, o no? (Mateo 22:15-22). Por su parte Jesús respondió: “Mostradme la moneda del tributo. ¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Dad, pues al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Esta respuesta de Jesús coincide prácticamente con lo dicho por Pablo en Romanos 13:7 a la hora del deber del pago de tributos e impuestos. Es decir, sometimiento, obediencia y pago.
Otro momento en el que podemos ver cómo reaccionó Jesús en relación con las autoridades humanas fue cuando fue arrestado en Getsemaní por el tribuno, junto con los alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos que iban escoltados por soldados (Juan 18:3 y 12). Jesús no se resistió, se sometió a la autoridad e incluso corrigió la reacción de Pedro quien había intentado por la fuerza subvertir el arresto de forma violenta (Mateo 26:51-53 y Juan 18:11). Las afirmaciones de Pablo coinciden con la forma de proceder de Jesús, pues ¿Cómo se hubiesen cumplido las Escrituras si Pedro hubiese tenido éxito en su lucha? ( Mateo 26:54) Pedro, sin ser consciente del plan mayor que Dios había diseñado en Cristo, estaba resistiéndose a la voluntad de Dios y entorpeciendo la obra redentora de Jesús.
La última ocasión, la encontramos cuando Poncio Pilato está interrogando en el pretorio al Señor Jesús, y al ver que no obtenía respuestas a sus preguntas, movido por la impaciencia se ve obligado a tirar de la autoridad humana que le daba el cargo que ostentaba y tratando de amedrentar a Jesús le soltó lo que coloquialmente sería un “¿sabes quién soy yo?”. Concretamente le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” (Juan 19:10). A lo que Jesús le contestó: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19:20). En esta declaración de Jesús podemos encontrar el origen del argumento de Pablo de Romanos 13:1, que Dios establece la existencia de autoridades superiores, es decir, que ve bueno la existencia de un sistema jerárquico como forma de organizar el orden y la paz social entre las personas. Dios firma y avala este sistema de jerarquía con independencia de la edad o de la condición social y vital que se atraviese: Los padres sobre los hijos, los profesores sobre los alumnos, los jueces sobre los litigantes, las fuerzas armadas sobre los civiles y las autoridades políticas sobre el conjunto de todos ellos. De las palabras de Jesús se evidencia que la cabeza y cúspide de cualquier sistema de autoridad celestial o humano es Dios mismo.
Dios establece el sistema de autoridad, pero Satanás rellena los cargos
El apóstol Pablo en su epístola a los colosenses, incidiendo en el hecho de que Dios establece un sistema jerárquico de autoridad, nos dice que Jesús es la imagen del Dios invisible y que “en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16).
Sin embargo, cuando el Señor Jesús se encontraba en el desierto ayunando y el diablo le llevó a un monte alto y le mostró en todos los reinos de la tierra, le dijo: “A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos” (Lucas 4:5-7). En este punto nos encontramos ante una declaración del propio Satanás sobre sí mismo que bien pudiera ser verdad, como mentira. Pero podemos comprobar que esa declaración es cierta porque Jesús no sólo no la contradice sino que cuando enseña a orar a sus discípulos para mostrarles un ejemplo de cómo podría ser una oración, les dice: “hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (Mateo 6:9), es decir, Jesús les está dando a entender que en los cielos se hace la voluntad del Padre, pero que en la tierra no es así; sino que reina Satanás. De hecho Pablo le atribuye la capacidad de ser quien fija la corriente de este mundo (Efesios 2:3), y no sólo eso sino que también Juan declara “que el mundo entero está bajo el maligno” (1ª Juan 5:19). Por eso Jesús nos insta a que pidamos que venga su reino y que la voluntad de Dios se pueda ver en la tierra también, porque hasta que eso no ocurra, Satanás será quien mueva los hilos conforme a su agenda y propósito (2ª Tesalonicenses 2:3-10).
Con todo, aunque Satanás tiene el poder y la autoridad en la tierra, Dios se reservó el poder para intervenir cuando lo considere oportuno conforme a su propio plan de salvación de la humanidad, tal y como dice Daniel 2:21 “Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes”. Pero estas intervenciones por parte de Dios son algo excepcional, no es lo habitual ni la norma. Es más, casi podríamos intuir que cuando las autoridades del mundo al unísono se posicionan en contra algún líder que parece ser un verso suelto, que contraviene y no se somete al orden natural del diablo; sólo se puede explicar el hecho de que esa persona haya llegado a ostentar ese puesto de autoridad humana a que Dios forzosamente haya tenido que intervenir, porque Satanás que juega con las poltronas, nunca hubiera permitido que llegase alguien a un puesto de relevancia a desbaratar o retrasar sus planes.
¡Pero cómo obedecer cuando las autoridades son corruptas o malvadas!
Uno de los argumentos de Pablo que son más cuestionables es el argumento que parte de la premisa de que “las autoridades son siervos de Dios que buscan nuestro bien”, porque esto no tiene que ser necesariamente así. Una cosa es que sea bueno que existan esas estructuras a las que se les presupone esa utilidad y otra muy diferente es que la teoría y la práctica vayan de la mano. De hecho las autoridades pueden ser instrumentos de Dios aun cuando ellos en sus acciones busquen abierta y deliberadamente nuestro mal. ¿Qué pasa cuando esto sucede?
Dentro del ámbito cristiano es aceptada y defendida la idea de que uno debe someterse y obedecer a las autoridades en todo aquello que no atente contra la fe, es decir, que no contradiga una mandamiento dado por Dios en su Palabra. Y este argumento tiene su respaldo práctico en pasajes como cuando el rey babilonio Nabucodonosor erigió una estatua a su gloria y ordenó que todos los pueblos sometidos se postrasen y adorasen su imagen so pena de ser quemados vivos (Daniel 3:4-6). El relato nos dice como Sadrac, Mesac y Abed-nego se resistieron y desobedecieron con independencia de las represalias que pudiese tomar la autoridad reinante y Dios les protegió (Daniel 3:14 y 16-18).
También podemos recordar como Pedro y Juan desobedecieron a la autoridad que representaba el concilio cuando antes de azotarles les ordenaron expresamente que no predicasen a Cristo, ante lo que Pedro dejó una frase para la historia que avala la desobediencia a las autoridades cuando entra en conflicto con la fe: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios” (Hechos 4:18-20). Así que sí. Si nuestras autoridades atentan contra la fe y la Palabra de Dios, la desobediencia es un deber cristiano.
Cuando la desobediencia es por motivos de conciencia
Otro de los argumentos empleados por Pablo para justificar la obediencia es por una cuestión de conciencia y aunque el sentido que da el apóstol tiene más que ver con la tranquilidad emocional y la paz mental que produce no sentir miedo de que la autoridad irrumpa en tu casa para violentarte para exigirte cuentas. En la Biblia también encontramos otras situaciones en las que Dios bendijo la desobediencia a las autoridades humanas por razones de conciencia, tal y como es el caso de las parteras de Egipto, Sifra y Fúa cuando desobedecieron las órdenes del Faraón de matar a los bebés varones que nacían de entre los judíos (Éxodo 1:15-21). Dios bendijo a las parteras y las prosperó por haber tenido temor de Dios y desobedecer al Faraón.
Es significativo el caso de Daniel cuando el rey Darío, embelesado por los aduladores de su reino, firmó un edicto que castigaba a los infractores con ser echados al foso de los leones si en el periodo de treinta días hacían ruegos o peticiones a cualquier dios u hombre que no fuese el propio rey Darío (Daniel 6:7-9). La reacción de Daniel fue entrar en su casa y abrir de par en par las ventanas de su cámara que daban a Jerusalén y arrodillarse a orar como era su costumbre. ¿Por qué Daniel obró de la manera en la que lo hizo?¿Acaso no podía disimular y fingir obedecer la norma, orando en la intimidad de su cuarto con las ventanas cerradas sin ser visto? ¿Era necesario hacer pública su desobediencia aún a riesgo de ser visto, ser denunciado y ser condenado a una muerte segura? ¡Claro que podía haber orado sin ser visto! Pero su conciencia no le permitió obedecer, ni fingir y quiso dejar de manifiesto su rebeldía por razón de conciencia con arreglo a su fe. No se enciende una luz para ponerla debajo del almud, sino sobre el candelero (Mateo 5:15).
Personalmente creo que la desobediencia por razones de conciencia es legítima siempre y cuando la razón que la impulse sea mirando al cielo y a Dios. Pero esto no debe entenderse en un sentido reducido y estricto, sino cuando tenga que ver con la defensa de la justicia, de la libertad, del bien, de lo puro, de la verdad. Por el contrario, cuando la desobediencia es terrenal, caprichosa o que únicamente busca obtener un rédito terrenal cortoplacista que está más bien relacionado con un beneficio o una comodidad personal, estoy convencido de que esa desobediencia no cuenta con la aprobación ni la bendición de Dios, porque no busca honrar el reino de los cielos. Es decir, la intención que hace brotar la desobediencia es importante y Dios no sólo ve la desobediencia sino los motivos del corazón que están detrás.