Adán y Eva en el Edén señalando a la serpiente
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¿Cómo se te da el arte de la excusa? Si somos sinceros, todos somos creativos a la hora de encontrar una buena excusa. Aunque es difícil superar a una mujer rusa que demandó a McDonald’s porque decía que sus anuncios publicitarios eran tan atractivos que la obligaron a saltarse el ayuno de la Cuaresma. Una excusa sin duda original.

     Esto de las excusas no es algo nuevo, las encontramos ya desde el momento de la caída. En Génesis 3, después de desobedecer, Adán y Eva se esconden de Dios. Y cuando Dios le pregunta a Adán, su respuesta es “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí”. Lo cual era cierto.

     Dios no dice nada, y le pregunta a Eva, y ella contesta: “La serpiente me engañó, y comí”. También cierto.

     Y Dios pasa entonces a hablar con la serpiente. Ha seguido el itinerario de excusas desde Adán hasta Satanás. Pero lo que hace después es seguir el recorrido inverso, desde Satanás hasta Adán, señalando la responsabilidad de cada uno y las consecuencias de sus acciones.

     Lo que Adán y Eva habían dicho, aparte del tono de reproche a Dios, era verdad, estaban señalaban realidades, pero estas realidades no justificaban lo que habían hecho. Eran simples excusas, como la de la mujer rusa que se saltó el ayuno para comerse una hamburguesa.

     Y si somos sinceros, tenemos que reconocer que, en mayor o menor medida, todos somos expertos en este arte. Encontramos excusas para nuestros pecados y errores. Normalmente la culpa es de los demás. O de Satanás. Es fácil endosarle siempre las culpas al enemigo.

     Con las excusas nos podemos engañar a nosotros mismos, pero no a Dios. Dice Gálatas 6:7: “No os engañéis, Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Nuestras decisiones tienen consecuencias, y somos responsables de ellas. Las excusas que le ponemos al Señor le pueden sonar tan absurdas y ridículas como las la mujer rusa con las hamburguesas.

     La solución a nuestro pecado y a nuestros errores no es excusarlos, tampoco ocultarlos, como fue el caso del rey David. Su experiencia, explicada de forma poética y en primera persona en los Salmos 32 y 51, nos enseña que la solución es dejarnos examinar por Dios que nos conoce como nadie, hasta nuestros secretos y las intenciones de nuestro corazón. Y, sin excusarnos, reconocer nuestros errores, arrepentirnos y experimentar el poder liberador de su gracia y su perdón.

     Seamos valientes para asumir errores y confesar pecados, disfrutando así del poder liberador de la gracia de Dios.

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