Jesús está respondiendo a la pregunta de sus discípulos: ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? (Mateo 24:3). Hasta ahora Jesús ha apuntado a impostores, guerras, hambres, terremotos, persecución, evangelización universal, abominación desoladora o gran tribulación. Sin embargo, en estos momentos corresponde saber que habrá un cataclismo cósmico que afectará al planeta tierra donde los astros son fundamentales al influir en las estaciones, climas, mareas, cosechas, es decir, todo el orden natural. Los dolores de parto de la tierra dan lugar a su momento final (Romanos 8:21-22), el de la concepción de un nuevo orden a causa de una gran transformación, y todo esto antecede a su venida.
El momento de la creación
Hemos llegado al clímax en el que la creación cobra un notable protagonismo en manos de su Creador, como si los astros fuesen servidores que producen un espectáculo impresionante y aterrador, propio de las grandes catástrofes naturales. W. Hendriksen lo expresa así: “El cuadro es muy vívido. Mientras la tierra está bañada con la sangre de los santos en la tribulación más terrible de todos los tiempos, repentinamente el sol se oscurece. Naturalmente, la luna también deja de dar su resplandor. Las estrellas se desvían de sus órbitas y corren a su destrucción; caen del cielo. Las fuerzas de los cielos son sacudidas. Se oyen terribles sonidos. El rugido del mar y sus ondas causan perplejidad entre los hombres. La gente desmaya de temor y con los presentimientos de lo que le está comenzando a pasar al mundo (Lucas 21:25-26)… El fuego no destruirá completamente el universo. Todavía serán los mismos cielos y la misma tierra, pero gloriosamente renovados como lo explica 2ª Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1-5. No sólo irán al cielo los hijos de Dios, sino que el cielo, por decirlo así, vendrá a ellos; esto es, las condiciones de perfección que prevalecerán en el cielo se encontrarán a través de todo el universo remozado de Dios”.
“E inmediatamente”, adverbio que denota algo repentino sin aviso previo (Mateo 24:29, cf. Marcos13:24). La gran tribulación da lugar al cumplimento de profecías donde la ira divina rebosa, y produce un estremecimiento global de toda la creación no conocido hasta ese momento, que precede a la manifestación de la llegada del Hijo del Hombre a este mundo:
“He aquí viene implacable el día de Yahweh, con indignación y ardiente ira, para dejar la tierra desolada y extirpar de ella los pecadores. Las estrellas de los cielos y la constelación de Orión no despedirán luz; el sol se oscurecerá al salir y la luna no dará su resplandor” (Isaías 13:9-10).
“¡Multitudes y multitudes en el valle del juicio!¡Cercano está el día de Yahweh en el valle de la Decisión! El sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas no darán su resplandor. Yahweh rugirá desde Sion, dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra” (Joel 3:14-16).
Estremecimiento global
Para entender las dimensiones de este cataclismo el apóstol Pedro dice que “los cielos desaparecerán con gran estruendo, y los elementos se disolverán con el intenso fuego” (2ª Pedro 3:10). Todo esto producirá una transformación que dará lugar a cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora la justicia (2ª Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1). Hay que entender que en parte hablamos en términos metafóricos, si tomamos estos textos de forma literal, toda vida humana sería aniquilada de forma inmediata. Sin embargo, un lenguaje similar se emplea para hablar de ruina sociopolítica de gran calado antes de la venida del Deseado de todas las naciones (Hageo 2:6-7).
Los nuevos cielos y tierra indican que por difícil que pueda parecer, el Dios que es fuego consumidor (Hebreos 12:29), utilizará el fuego como un elemento de limpieza o purificación para dar lugar a un tiempo de paz desconocido hasta entonces (Isaías 11:6-9).
Después de la tribulación
El sustantivo “thlipsis” (tribulación) aparece cuarenta y cinco veces en el Nuevo Testamento, pero como indica Douglas J. Moo, solo cinco parecen estar relacionadas con el período final de la aflicción (Marcos 13:19, Marcos 13:24; Mateo 24:21, Mateo 24:29 y Apocalipsis 7:14), mientras que otras dos puede que se refieran a ello (Romanos 2:9 y 2ª Tesalonicenses 1:6). El apóstol Juan lo describe así: “Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Apocalipsis 6:16-17).
Selección temporal
Es el final, con el juicio que viene por causa de su ira; donde tres veces vemos la conjunción con las copas que preceden a la venida del Señor (Apocalipsis 15:1, Apocalipsis 15:7 y Apocalipsis 16:1) y que son precursoras de su venida o “parousía” (Apocalipsis 16:19 y Apocalipsis 19:15).
Una de las cosas llamativas de este juicio es su carácter selectivo. A las langostas demoníacas de la quinta trompeta se les ordena que dañen “sólo a las personas que no llevaran en la frente el sello de Dios” (Apocalipsis 9:4), y la primera copa se derrama sobre aquellos que tenían la marca de la bestia y adoraban a su imagen (Apocalipsis 16:2). Todo esto se debe a la falta de arrepentimiento de una parte de la humanidad (Apocalipsis 9:20-21, Apocalipsis 16:9 y Apocalipsis 16:11). Hay protección del juicio divino para aquellos que se distinguen de los no arrepentidos, algo que Dios conoce plenamente (2ª Pedro 3:9). De alguna manera parece que la situación ocurrida con Noé y su parentela se repetirá. La familia de Noé sufrió las inclemencias e incomodidades por causa de la creación, debido al juicio a su alrededor, pero fueron preservados, y en este caso hay semejanzas para los que esperan la venida de Cristo (1ª Tesalonicenses 1:10; Apocalipsis 3:10).
La venida
Tres palabras se usan en el Nuevo Testamento para describir el regreso de Cristo, “apocalipsis” (revelación), “epifaneia” (manifestación) y parousía (llegada o presencia), esta última es la más repetida, hasta quince veces. Es destacable que el contexto de “parousía” da a entender normalmente el fin de los tiempos (Mateo 24:3, Mateo 24:27, Mateo 24:37, Mateo 24:39; 2ª Tesalonicenses 1:7 y 2ª Tesalonicenses 2:8). Por otro lado, también denota expectativa (1ª Tesalonicenses 2:19; 1ª Tesalonicenses 3:13; Santiago 5:7-8 y 1ª Juan 2:28).
Muchos se esfuerzan en designar un tipo de señal para la venida del Señor, algún tipo de meteorito extraordinario o estrella que se dirige a la tierra como en algunas películas, pero parece evidente que la auténtica señal de la “parousía”, es Jesús mismo. Cuando el mundo está inmerso en una oscuridad impenetrable, sin esperanza, sin luz, que proviene de juicio a causa del pecado por la oscura maldad interior de los hombres, donde Cristo y su evangelio son aborrecidos y la consecuencia de amar las tinieblas tiene una consumación literal (Juan 3:19-21). Así, admiramos a aquel que es luz en sí mismo. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas nunca han prevalecido contra él (Juan 1:4-5). La esperanza para este mundo caído deslumbrará más que nunca por medio de la aparición visible del Hijo del Hombre con todo su esplendor, siendo glorioso (Mateo 24:30).
La revelación de Daniel
D. A. Carson, explica que el profeta Daniel habló de Cristo “viniendo” de la tierra al cielo (Daniel 7:13), aunque en Mateo es del cielo a la tierra: “En Daniel alguien con aspecto humano se acerca a Dios para recibir toda autoridad, gloria y poder soberano, un dominio eterno que no pasará… Sin embargo, es igualmente posible verlo a él recibiendo el Reino en la consumación, cuando su dominio y su reino se vuelven directos e inmediatos, indiscutibles y universales”.
Reacción mundial
La manifestación de Cristo conlleva un lamento a nivel mundial, no sólo en Jerusalén (Zacarías 12:10), todas las tribus de la tierra reconocen el error por causa de su incredulidad: “He aquí viene con las nubes, y todo ojo lo verá, y también los que lo traspasaron, y harán lamentación por él todas las tribus de la tierra” (Apocalipsis 1:7). Según desciende Cristo, los hombres que le han dado la espalda se sobrecogen, porque saben perfectamente que el juicio está por llegar como veremos más adelante (Mateo 25:31-45). “Lamentarán”, tiene que ver con “duelo”, porque tuvieron la oportunidad de aceptar el evangelio, las buenas noticias de salvación, y no lo hicieron. No esperaban un encuentro así, a diferencia de los hijos de luz y del día que no son de la noche ni de tinieblas para que les sorprenda como ladrón (1ª Tesalonicenses 5:4-5).
Los escogidos
Desde todos los puntos del planeta hay una recogida general de pueblo de Dios, sus escogidos (Mateo 24:31). El profeta Daniel describe este momento tras la resurrección, después de la tribulación (Daniel 12:1-2). Esto parece concordar con las palabras del apóstol Pablo al decir que “no precederemos a los que durmieron” (1ª Tesalonicenses 4:15). De este modo, los creyentes en Cristo de todas las naciones son recogidos por seres celestiales, entendiendo que, a pesar de grandes dificultades, el cristianismo se extenderá a todos los confines de la tierra. La secuencia según Hendriksen, podría ser: “Cuando el Señor comienza a descender, las almas de los redimidos dejan sus moradas celestiales (1ª Tesalonicenses 4:14) y se unen con sus respectivos cuerpos. Los santos que aún viven en la tierra en el momento de la venida de Cristo, en un momento son transformados, en un cerrar de ojos (1ª Corintios 15:52), y todos los santos -los resucitados y los transformados- ahora salen a encontrar al Señor (1ª Tesalonicenses 4:17) para estar con él para siempre. Esta es una doctrina de gran consuelo”.
El sonido de la trompeta
Como afirma David F. Burt, la venida de Cristo no será solamente vista por todos, sino también oída por todos con un sonido vibrante que penetrará en el universo. El sonido de la trompeta indica el principio de una vida y creación transformadas (Mateo 24:31, 1ª Tesalonicenses 4:16). La figura es la de un heraldo que toca la trompeta para anunciar la venida del Rey y reunir a todo su pueblo escogido para que oigan su voz. Es una gran convocatoria donde toda rodilla se doblará para confesar que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:10-11). Tal vez haya una pregunta que podemos hacernos según refiere el propio David F. Burt: “¿Y por qué llama Jesús a los salvos -escogidos- y no -discípulos- o -creyentes- ( Mateo 24:22, cf. Mateo24:24)? Porque todo es de gracia. Nuestra salvación final no se deberá al mérito humano alguno, sino a la elección soberana de Dios. Estaremos en el banquete en virtud de la gracia de Dios, no porque hayamos sido perfectamente fieles como discípulos ni perfectamente firmes como creyentes”.
Este artículo ha sido publicado en la revista Edificación Cristiana y cuenta con la autorización personal y directa de su autor para reproducirlo en Jeitoledo.com.