García-Margallo con una aureola de la agenda 2030 predicando el humanismo
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El pasado día veintidós de marzo del presente año, la agenda política española tenía marcado en rojo la celebración de una moción de censura contra el presidente del gobierno, que fue promovida por el grupo político conservador y que concluyó en fracaso en su intento de conseguir sumar nuevos apoyos a su iniciativa. El que fuera ministro de Asuntos Exteriores y De Cooperación del gobierno de España, José Manuel García-Margallo, actual miembro del principal partido de la oposición que compite por un caladero de votantes similar al del grupo impulsor de la moción, fue preguntado en uno de los platós de televisión que tanto frecuenta, por los motivos que empujaron a su formación política a optar por la abstención a la hora de votar la moción de censura.

     La moción se promovió contra el actual presidente del gobierno de España, el socialista Pedro Sánchez, cuya figura pasará a la historia como alguien que hizo y hace lo malo ante los ojos de Dios destrozando todo valor ético y moral en todos los órdenes posibles e imaginables que un gobernador pueda tener bajo su ámbito de alcance. Aunque la moción no se la han hecho por eso, sino por su forma de gobernar totalitaria plagada de escándalos, que se suceden a tal velocidad que los nuevos van tapando a los anteriores hasta el punto de naturalizar los escándalos entre los ciudadanos como algo normal.

     Al ser preguntado Margallo por la abstención de su formación ante semejante panorama, empezó a enumerar las diferencias que su grupo tiene, no ya con el gobierno, sino con los promotores de la moción, tratando de vender un relato aceptable a sus potenciales votantes. Todas las diferencias eran ciertas y pocas veces se han dicho tan a las claras. Sin embargo, Margallo se vino arriba, y en un afán de que su narrativa pudiese encontrar acomodo en los telespectadores conservadores o creyentes acabó haciendo una declaración sorprendente: “¡Están en contra de la agenda 2030 que es el evangelio! ¡Cómo se puede estar en contra de acabar con el hambre, con la pobreza, con la desigualdad!” A lo que otro tertuliano con quien compartía panel, le respondió: “Depende de cómo quieras acabar con el hambre, claro”. Y es que como acertadamente dice el refrán anglosajón: el diablo está en los detalles. Porque los detalles y la letra pequeña importan, porque a la postre son las que pueden hacer de algo biensonante, una cárcel de la que sea imposible escapar.

     Es una realidad que el ser humano tiende a banalizar todo lo que cae en sus manos y la forma en la que se usan las palabras que tienen un significado y referencia espiritual, no iban a ser una excepción. Así vemos como es frecuente que se use la palabra Biblia para para referirse a libros cuyo contenido se destaca por ser una referencia (Ejemplo: «Este libro es la Biblia de la Economía«), o incluso como se usa el nombre de Dios en vano para exaltar los éxitos de los deportistas o las recopilaciones de vídeos de YouTube en los que se comparan los niveles de destreza que alguien tiene sobre algo. La expresión de Margallo, es más atípica, y aunque es cierto que puede ser fruto de una intervención desafortunada a la hora de expresarse, no es menos cierto el hecho de que entre políticos y filántropos hay una persistente inclinación a lo largo de los siglos de construir una arcadia humanista, dirigida exclusivamente por los hombres y en donde Dios y su Palabra sean condenadas al destierro. Así que entre el lapsus y la declaración de intenciones, me decanto por esta segunda a la hora de escribir este artículo.

     El evangelio de Jesucristo vs el evangelio de Margallo

     Margallo, cuya formación escolar en los jesuitas a buen seguro que tuvo que haberle servido para conocer los evangelios más allá de un contacto superficial, tuvo la ocurrencia malintencionada de equiparar los diecisiete objetivos fijados en el año 2015 por la Asamblea de las Naciones Unidas que conforman la Agenda 2030, una agenda completamente humanista, con la finalidad del mensaje de buenas noticias anunciado por Jesús; que no era y ni es otro que el de reconciliar al mundo con Dios perdonando los pecados de la humanidad (1ª Corintios 5:18-19), obrando el milagro de la redención por medio de su sacrificio perfecto en la cruz, instando a los hombres al arrepentimiento de los pecados (Marcos 1:15) y anunciando la justificación y el don de la vida eterna por medio de la fe en la suficiencia de la obra de Cristo a nuestro favor (Juan 6:40).

     El problema más grande que tiene el evangelio de Margallo está presente en lo más profundo del espíritu que impulsa la propia Agenda 2030, ya que esta pretende lograr el paraíso en la tierra al tiempo que quita a Dios de la ecuación y de paso arrasa con la libertad, la singularidad individual y la intimidad de las personas de todo el mundo. Nada podrá salirse del diseño y la planificación que han definido los sacerdotes de la agenda para conseguir el nacimiento del nuevo “ser humano sostenible”.

     El lema de la Agenda 2030 es toda una declaración de intenciones: “Un nuevo contrato social global que no deje a nadie atrás” (ODS – Objetivos de desarrollo sostenible. Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030). Sin embargo, el no dejar a nadie atrás, suena más a una nueva versión del muro de Berlín, más totalitaria y opresiva de la que nadie pueda escapar ante el grado de sofisticación alcanzado por el desarrollo tecnológico, nunca antes visto en la historia de la humanidad, y que como de costumbre está al servicio de los poderosos de la tierra. Un contrato social, pero no hecho por y para contribuir a organizar el mero funcionamiento de una sociedad, sino dogmáticamente socialista; porque sociedades hay muchas y se organizan de forma diversa, pero esta agenda tiene la pulsión de intervenir toda esfera vital de las personas, la pública y la privada, la profesional y la familiar, la social y la moral. Un contrato global, es decir, sin fronteras e internacional; ¡Vamos! El mismo espíritu rancio y fracasado que inspiró los versos de la Internacional Socialista es el que está detrás de los impulsores de la Agenda 2030:

     “Agrupémonos todos en la lucha final.     El género humano es la internacional.     Ni en dioses, reyes, ni tribunos, está el supremo salvador.     Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor”.

     La misma atmósfera presuntuosa y ególatra del himno que empleaba fórmulas y términos religiosos para predicar el humanismo internacional, guarda ciertos paralelismos con las empleadas por los discípulos ejecutores de la Agenda 2030 que ansían entrar en los anales de la historia como esos ingenieros sociales que hicieron posible un nuevo año cero para la humanidad. ¡Si hasta el eslogan del nuevo contrato social global parece seguir la misma construcción que cuando Jesús instauró, en la Cena del Señor, el pacto en su sangre: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:20). Un contrato/pacto para todos/para vosotros. ¡Qué fórmula tan similar y sin embargo qué diferente!

     Las mentiras de los ODS se hacen más evidentes si reparamos en que nos quiere hacer partícipes de un contrato, que en realidad no es tal, porque no está suscrito por la voluntad de dos o más partes. Nadie lo ha pedido y nadie lo ha elegido, sino que se trata de un trágala de una parte sobre otra. En donde un grupo ordena y coacciona a otro al que se le exige sometimiento y obediencia mientras les arrebata, por la opresión de los impuestos y el fraude de la inflación, el fruto de su trabajo para utilizarlo en su contra. ¿Cómo si no pretenden hacer realidad aquella declaración de intenciones lanzada al mundo en el año 2016 durante el Foro Económico Mundial celebrado en Davos cuando tuvieron la desvergüenza de anunciar: “En 2030 no tendrás nada y serás feliz”? ¿Es que acaso la gente va a renunciar al fruto de su esfuerzo voluntariamente y de buen grado o se lo quitarán por la fuerza, mediante regulaciones y sanciones? ¿La forma de acabar con el hambre, la pobreza y la desigualdad es que unos poco autoproclamados “elegidos”, expropien y confisquen toda propiedad privada y se encarguen de redistribuirla de acuerdo a su «justicia social»? Eso sí, como nos ha enseñado la historia y la evidencia desdichada de algunos países en nuestros días, habrá una realidad distinta para los planificadores y ejecutores del sistema y otra para la mayoría de “afortunados”, los parias de la tierra a los que aludía la Internacional en su primer verso, a los que condenen a la escasez de los economatos y de las cartillas de racionamiento planificado.

     Es por ello que Jesús siendo conocedor de la naturaleza humana contaminada por el pecado, cuyos frutos están alimentados por la codicia y la arrogancia, esa misma naturaleza que encuentra un placer indescriptible en gobernar las vidas de los demás, nos dejó una lección atemporal durante el Sermón del Monte: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21). La pretensión de estos iluminados, otra cosa es que finalmente lo puedan llevar a término, es quitarnos todo. Así que bien haríamos en mentalizarnos para que cuando se manifiesten estas injusticias materiales no nos impidan seguir teniendo la vista en las cosas celestiales. Porque ciertamente podrán quitarnos todas las cosas materiales, incluso la vida misma; pero jamás podrán arrebatarnos la fe, la esperanza y los tesoros depositados en el cielo ganados por Cristo en favor nuestro.

     ¡Qué contraste entre el evangelio de Margallo y el de Jesús! Mientras los hombres quitan y saquean para construir una cárcel “de en sueño”, Jesús lo dio todo. No escatimó en nada su vida para liberarnos de la esclavitud del pecado, y abrir el camino que nos lleva al paraíso, en presencia del Padre donde ha preparado moradas celestiales para todos los que en Él esperan (Juan 14:2). Y todo esto lo hizo de buen grado, por el puro afecto de su voluntad (Efesios 1:5), apelando a un pacto en su sangre nacido de una correspondencia libre y sincera en los corazones de los creyentes arrepentidos. Donde los hombres fuerzan y coaccionan, podemos ver el contraste con Jesús, quien jamás obligó a la gente a tener que aceptar el pacto en su sangre al punto de imponerlo en contra de la propia voluntad humana.

     Me viene a la memoria cuando Jesús predicaba el evangelio y había gente que se disgustaba con lo que decía o enseñaba y la reacción de algunos era dejar de seguirle. La respuesta de Jesús fue de un respeto absoluto, ni siquiera se lo reprochó, es más, aprovechaba la ocasión para mostrar la libertad de decisión que tenían las personas de seguirle o marcharse, y por ello les preguntó a sus discípulos si también querían irse (Juan 6:66-68), a lo que ellos respondieron con un corazón entregado: “¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Frente a la opresión y los intereses espurios de los hombres, se encuentra la libertad y la verdad del evangelio de Jesús.

     Jesús habla sobre el hambre, la pobreza y la desigualdad

     A diferencia de los ideólogos de la Agenda 2030 que se empeñan en eliminar toda referencia pública a Dios, Jesús estableció que el orden correcto de la vida es buscar “primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33), porque la vida es mucho más que el alimento, que beber o que vestir (Mateo 6:25 y 31), y también nos anunció que Dios es conocedor y sabe de qué cosas tenemos necesidad, y que no sólo tiene una compasión contemplativa sino que provee y sostiene (Mateo 6:32).

     Del mismo modo que Jesús resaltaba la misericordia de Dios para con nuestras necesidades básicas, también nos enseñó a todos los que quisiésemos ser sus discípulos a emular la compasión y misericordia de Dios cuando viésemos a los hambrientos, a los sedientos, a los desnudos, a los enfermos o a los forasteros como si fuese una obra hecha a Jesús mismo (Mateo 25:34-40). El evangelio es caridad, es compasión, es misericordia y es el ejercicio de una voluntad cautivada por el amor de Cristo que impulsa al creyente agradecido a compartir con otras personas las bendiciones espirituales y materiales que Dios nos da. No como una obligación que se nos impone, ni como un derecho que un tercero nos pueda exigir, sino como una ofrenda voluntaria de amor al prójimo subordinada al amor a Dios.

     Jesús fue bastante claro a la hora de tratar las cuestiones que utilizan Margallo y sus amigos como caballo de Troya para seducir a las mentes inocentes o confiadas. Sobre la pobreza dijo que no se erradicaría jamás (Mateo 26:11) y desde que pronunció esas palabras hasta nuestros días, día tras día, la realidad le ha dado la razón. En relación con los hambrientos, aunque él no vino a dar de comer, tuvo compasión de las multitudes a las que alimentó en varias ocasiones. No obstante, al quedar de manifiesto que ellos no tenían el más mínimo interés en el evangelio y sí en nombrarle rey porque habían comido sin trabajar, Jesús se distancia de ellos y se va a un sitio lejano como muestra de desaprobación (Juan 6:1-15 y Juan 6:2-27).

     En relación con la desigualdad nos dejó diversas parábolas como la de los talentos (Mateo 25:14-30) en la que ejemplifica al señor de la casa quien reparte como quiere entre sus siervos; o la parábola de las minas (Lucas 19:11-27) en la que pasa algo parecido, con el matiz de que nos habla de un reparto igualitario pero recompensa desigual en función del rendimiento y la productividad; o la parábola de los obreros de la viña (Mateo 20:1-15) en la que conviene el precio con los jornaleros dando a cada uno lo que él ha convenido de forma individual con independencia de la jornada trabajada. Y no sólo el trato es diferenciado a la hora de recompensar, también podemos ver como Jesús anunciaba diferentes grados de condenación en función de las oportunidades desperdiciadas que concluían en el rechazo del evangelio (Mateo 10:15Juan 19:11). Dios da un trato personal e individualizado a cada ser humano y cada uno será juzgado por el resultado de sus obras, palabras y hechos, así como las oportunidades que haya tenido.

     Malditos aquellos que adulteran el evangelio

     El evangelio de San Margallo, al igual que hicieron los fariseos en el tiempo de Jesús, se inventa una serie de conductas que constituyen los de pecados del nuevo “hombre sostenible”: la maligna huella de carbono. Mandamientos humanos de obligado cumplimiento cuya desobediencia acarrea el rechazo social, la estigmatización por parte de los inquisidores de la Agenda y la condena pública con la que, desde los púlpitos mediáticos que pregonan el evangelio de San Margallo, criminalizan a los herejes que se atrevan a no renunciar a su libertad de movilidad, o que conduzcan un coche diésel, o que coman carne, o que quieran tener hijos, o que no quieran sufrir las inclemencias del tiempo y pongan la calefacción más alta de 19 grados en invierno o el aire acondicionado más bajo de 25 grados en verano… Por no hablar de todas y cada una de las majaderías en materia de sexualidad que promueven estos degenerados. Todo lo bueno es malo, y todo lo malo es bueno gracias a la Agenda 2030.

     Margallo, podía haberse limitado a hacer proselitismo de su ideología sin más, como han hecho muchos desde que el mundo es mundo, con independencia de que sus propuestas sean buenas, malas o desastrosas, como es el caso. Sin embargo tuvo que venir a “evangelizar” y a justificar otro camino distinto lleno de mentiras, pobreza y muerte que lleve a la humanidad al paraíso eco-sostenible humanista. Que requiere que la humanidad haga un sinfín de sacrificios para redimirse del pecado de su propia existencia.

     Pues bien, ante la predicación de otro evangelio, el apóstol Pablo ya advirtió en su día a los gálatas de que vendrían personas anunciando un evangelio distinto y diferente al que les fue predicado desde el principio, aquel evangelio fiel que reproducía el mensaje y los mandamientos de Jesús. En el caso concreto de los gálatas era para advertirles de la distorsión de los judaizantes y como estos trataban de esclavizarlos a la rigidez de la ley de Moisés como condición para ser salvos, negando la suficiencia del sacrificio de Cristo. En el caso de la Agenda 2030, obligando a la humanidad al sacrificio del esfuerzo redentor humanista que destierra la acción divina y que carece de proyección más allá de la vida terrenal.

     Sin embargo, Pablo advierte que con independencia de quien sea el que traiga ese nuevo evangelio ¡Como si es un ángel del cielo! El que adultera o manipula el evangelio de Cristo sea maldito (Gálatas 1:6-9). Por desgracia para Margallo, sus palabras responden a este escenario al que no ha llegado por casualidad o ignorancia, sino después de toda una vida dedicada a la dominación social. Por suerte para él, aún tiene el tiempo de vida que Dios le dé para hacer el único sacrificio que Dios demanda a todos los pecadores: Arrepentirse.

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