un óptico está en el oculista graduando la vista de un paciente
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 Las personas que nacen con un problema de visión se dan cuenta de que no ven correctamente, cuando se comparan con otras personas que ven bien. Ante una misma distancia y un mismo objetivo, comprueban en carne propia, lo frustrante que resulta ser incapaz de ver lo que otros sí pueden identificar con claridad y nitidez. Cuando un miope se da cuenta de esta realidad, surge en él el deseo de querer ver bien, de obtener los mismos buenos resultados que aquellos con los que se compara.

     Los problemas con los que se cruza un miope radican en la dificultad para identificar las cosas correctamente. En ocasiones esta vista difuminada les causa tropiezo al hacerles percibir las cosas de forma distinta a cómo realmente son, ya sean cosas grandes o pequeñas, estén lejos o próximas, les genera una sensación de desorientación. En esta situación pueden llegar a poner en peligro sus propias vidas y también las vidas de los que le rodean. Imagina por un momento a un conductor con una miopía considerable, conduciendo sin gafas ni lentillas un coche por medio de la ciudad… ¿Alguien se atrevería a cruzar la calle delante de él? Seguro que no. En el mejor de los casos se accidenta él solo, en el peor se lleva a otros por delante.

     Por eso cuando uno percibe que su visión no es como debiera de ser, acude al oculista. Ya en la clínica, el miope es sentado en una silla en frente de un tablero con letras de distintos tamaños y el oculista le pide que intente decir lo que ve. (Yo soy miope y tengo astigmatismo y puedo decir que con las dioptrías que tengo… ¡no podríais ver ni el tablero!)

     El oculista coge unas lentes y las pone en unas gafas raras, con las que empieza a hacer pruebas para intentar subsanar con una lente adecuada, la carencia de vista que tiene el miope. Entre prueba y prueba, el oculista pide al miope que intente decir lo que ve. Aunque de entrada no ve bien, puede ver mejor con las gafas a medio graduar que sin ellas, y procede a identificar la primera fila de letras:

     Fornicación – Impureza – Pasiones Desordenadas – Malos Deseos – Avaricia

     El resultado de esa primera fase de pruebas concluye con que el miope, ya es capaz de vislumbrar la primera fila de letras. La fila con las letras más grandes. Pese a este avance, y aunque algunos miopes ya estén satisfechos con la mejora, el oculista insiste en la necesidad de seguir haciendo pruebas, ya que por desgracia para él, todavía hay otras filas que tienen palabras con letras de menor tamaño, y que con la graduación actual de estas lentes todavía es incapaz de ver. El oculista, no se conforma con la idea de proporcionar simplemente una visión “mejor que antes” sino que desea que los pacientes que salgan de su óptica tengan una visión perfecta.

Este oculista en concreto, es alguien que ama su profesión, que tiene una dedicación vocacional, y sobretodo que desea poder dar vista a aquellos que no pueden ver, y que tienen el deseo de ver. Por todo ello vuelve a analizar los resultados obtenidos y tras colocar unas lentes más precisas, con una graduación más ajustada, vuelve a pedir al miope que diga lo que ve. Este en voz alta dice:

     Por – Las – Cuales – La – Ira – De – Dios – Viene – Sobre – Los – Hijos – De – Desobediencia

     Gracias al trabajo que el óptico está haciendo con el paciente, este logra profundizar y mejorar sustancialmente su calidad de vista. Pese a todo, al miope todavía se le resiste la última fila de letras, las cuales son muy pequeñas en comparación con las otras dos filas. Una vez más, vuelve el oculista, que es consciente de que el miope todavía no ve bien, y procede a afinar más la graduación de las lentes. ¡Por fin! El miope, ya puede ver la última línea y lee en voz alta:

      Ira – Enojo – Malicia – Blasfemia – Palabras Deshonestas – Mentiras

     El miope, gracias al prisma que le ofrece la nueva lente, consigue ver con suficiencia y de forma clara, todas y cada una de las filas que hay en el tablero. Ahora ya tiene una percepción fiel y verdadera de todas las cosas que le rodean, de la realidad que le circunscribe, y ya sabe cómo debe comportarse y cómo no debe hacerlo.

     Las palabras que forman estas tres filas las encontramos en la epístola que el apóstol Pablo escribió a los colosenses. El texto dice: “5 Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; 6 cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, 7 en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. 8 Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca”. (Colosenses 3:5-8)

     El aposto Pablo destaca una serie de cosas que para el recién convertido, son fáciles de ver y asimilar como incorrectas o adversas a la voluntad de Dios, como lo son fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos, avaricia… Esto es así, porque son cuestiones gruesas, hechos muy grandes, visibles y escandalosos. Antes de ponernos las “gafas espirituales” ni siquiera éramos capaces de ver claramente la maldad que había en ellas, las considerábamos normales y nos complacíamos en ellas (te invito a hablar sobre esas cuestiones con gente que no es creyente y a que te des cuenta de que ellos todavía siguen sin poder verlo). Sin embargo, una vez que nuestros ojos pueden ver lo que nos rodea a través de la “lente” de Dios, hay una serie de cosas que de forma automática cambian. Dejamos de considerar como bueno aquello, que ya podemos reconocer como un pecado flagrante.

     El ejemplo más claro de esto fue el cambió que experimentó Zaqueo de forma instantánea y radical. Después de conocer a Cristo y ver las cosas con el prisma de Dios, de forma inmediata sus ojos fueron abiertos y repudió algo que había hecho durante mucho tiempo. Según la Palabra de Dios, dejó de estafar a los judíos recaudándoles más dinero del que estos debían pagar como tributo, para convertirse en un hombre íntegro que devolvió lo que había robado a los judíos por cuadruplicado y dio la mitad de sus riquezas a los pobres (Lucas 19:1-10). Antes ni siquiera era consciente de que estaba haciendo mal, seguramente le parecería como algo normal en su profesión.

     El ejemplo de Zaqueo es el que nos permite compararnos con el primer nivel de graduación. De entrada ya vemos cosas que antes no veíamos, pero sin embargo hay otras muchas, que son más pequeñas, que no somos conscientes de que están ahí y están desordenadas. Los oculistas cuando gradúan la vista advierten al miope que los ojos van a tener que acostumbrarse a la nueva graduación, que al principio va a tener una sensación rara, que incluso le puede marear un poco; pero una vez que pase ese primer episodio, van a gozar de una calidad visual perfecta.

     En la vida del creyente pasa algo similar, las cosas grandes se ven fácilmente, pero cuanto uno deja trabajar al oculista, esté proporcionará la lente correcta que permita analizar todas las cosas bajo el prisma de Dios y bajo el listón de su Palabra. El oculista amoldará la vista espiritual del miope al prisma de Dios, tal y como dice 1ª Corintios 2:13, “acomodando lo espiritual a lo espiritual”.

     Por tanto, los miopes no debemos conformarnos con ver solamente las cosas de bulto y las que son escandalosas, dejando borrosas otras áreas de nuestra vida. Debemos dejar trabajar a Dios en nuestras vidas, queriendo ver las cosas como Él las ve, y una vez que las veamos no echar la vista a otro lado, sino perseverar en el perfeccionamiento al que hemos sido llamados. Para que andemos “como es digno del Señor, agradándole en toda buena obra, y crecimiento en el conocimiento de Dios.” (Colosenses 1:10)

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