El día 19 de febrero se estrenó en España la película “El solista”, interpretada por Robert Downey Jr. y Jamie Foxx, basada en el libro del mismo título escrito por Steve López y publicado por Editorial Espasa. La película no la he visto, así que no puedo opinar sobre el resultado de la adaptación, pero sí que quiero hablaros del libro, una de esas joyas cuyo contenido nos revela una historia de amistad y redención.
El libro está escrito por el periodista Steve López, columnista del periódico Los Ángeles Times y narra su experiencia personal al encontrarse en una calle céntrica de Los Ángeles con Nathaniel Ayers, un mendigo negro, de unos cincuenta años, que toca un destartalado violín. Steve conversa con Nathaniel por simple interés profesional, esperando encontrar una historia para su siguiente columna. La conversación con el mendigo le desvelará una increíble historia, sobre un hombre cuya imparable carrera musical se vio truncada por el diagnóstico de una esquizofrenia paranoide. Steve se irá involucrando poco a poco en la vida de Nathaniel y, finalmente, decidirá ayudarle para que salga de su situación de indigencia. Tendrá que ganarse la confianza de Nathaniel, algo que se convertirá en una empresa muy complicada.
La historia entre Steve y Nat es una versión actualizada de la parábola de “El buen samaritano”. Vivimos anestesiados frente al sufrimiento ajeno y esta historia nos invita a mirar a los demás seres humanos como nuestro prójimo, tal y como nos enseña la parábola contada por Jesucristo. A pesar de las dificultades que encontrará por el camino, Steve termina aprendiendo “la alegría que produce comprometerse con la existencia del otro”. La vida de Nathaniel también nos enseña a valorar lo que tenemos, a no vivir instalados en la queja continua y acostumbrarnos a mirar más hacia los demás y no tanto hacia nosotros mismos.
Pero creo que “El solista” nos puede ilustrar también una realidad que va más allá de la historia de amistad. La relación entre Steve y Nathaniel se asemeja, salvando las distancias, a la forma en la que Dios actúa con el ser humano.
En primer lugar, tenemos la situación de Nathaniel, un músico con un talento infinito, que vive en la indigencia por una enfermedad mental que le impide ser consciente de su situación, evitando que desarrolle sus capacidades. El principal obstáculo que se encuentra Steve para ayudarle es la propia mente de su amigo. Esta situación la podemos comparar con nuestra realidad espiritual como seres humanos, con una condición pecadora que truncó la relación de comunión que manteníamos con nuestro Creador y que nos ha dejado en la indigencia espiritual.
Pero Dios vio nuestra condición y, al igual que Steve con Nat, se involucró en nuestra salvación. Steve tuvo que comprometerse con Nat completamente, llegando a sacrificar tiempo y energías con su propia familia. Dios también tuvo que sacrificarse y comprometerse, no desde la distancia en el cielo, sino que envió a su Hijo que se hizo hombre para entregar su vida en la cruz por nosotros. Jesucristo caminó por las calles del mundo, se relacionó con los más necesitados, se detuvo a su lado y no pasó de largo como pudo experimentar, por ejemplo, el ciego Bartimeo. Vio nuestra situación y tuvo compasión de nosotros porque estábamos como ovejas sin pastor (Mateo 9:36).
Pero al igual que ocurre con Nat, nosotros vivimos cegados sin ser conscientes de nuestra miseria. Tal y como dice 2ª Corintios 4:4, “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que nos les resplandezca la luz del evangelio”. Jesucristo vivió la misma frustración que podemos vislumbrar en Steve, al ver la dureza del pueblo de Israel rechazar reiteradamente a su Dios, ¡”Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37). Somos tan duros de corazón que aún después de habernos dejado rescatar de la miseria, seguimos sacando de quicio a nuestro Salvador, al igual que ocurre entre Nat y Steve, pero gracias al Señor por su paciencia y su gracia infinita para con nosotros.
Hoy día Jesucristo sigue caminando por las calles del mundo, aunque no lo veamos con nuestros ojos. Sigue deteniéndose a nuestro lado con la misma mirada de compasión y nos invita a salir de la miseria. No nos fuerza, podemos elegir entre seguir viviendo en la indigencia espiritual, desaprovechando los talentos que nos ha dado, o podemos dejarnos ayudar por Él, coger su mano tendida y comprobar el poder restaurador del amor y la misericordia de Dios.