En los últimos meses se han publicado varios informes advirtiendo del peligro que supone la Inteligencia Artificial para el futuro de la humanidad. Informes que, curiosamente, van firmados por ejecutivos, investigadores y expertos de las mismas empresas que están desarrollando esa Inteligencia Artificial.
Defienden sus ventajas pero advierten sobre los peligros de un desarrollo descontrolado que lleve al ser humano al peligro de la extinción. No soy experto en el tema y no voy a entrar en ningún análisis, pero me ha llamado la atención el temor expresado a que la IA llegue a identificar al ser humano como una amenaza para el planeta por su maldad y decida exterminarlo. Y, ciertamente, si esto fuera así habría quién pensaría que sería una medida llena de sentido común.
En resumen, si un día esa IA pone su objetivo en mí y considera que no tengo valor o merezco ser eliminado por ser una amenaza para el planeta, en sus decisiones no entendería ni de gracia ni de misericordia y procedería a mi eliminación. Un escenario que parece ciencia ficción pero del que algunos piensan que no estamos tan lejos.
Pensando en esto, me sentía agradecido porque mi futuro no está en manos de ninguna IA, sino de mi Señor y Salvador que, aunque yo merecía ser eliminado por de mi maldad y pecado, decidió salvarme “no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5).
Esto va en contra del sentido común, no hay IA que lo pueda comprender, porque entra en juego el amor de Dios que se escapa a toda lógica. Lo primero que sorprende es que le importemos a Dios, como se pregunta David en el Salmo 8 “¿qué es el hombre para que tengas de él memoria. Y el hijo del hombre, para que lo visites? ”. El temor que provoca la IA es que su respuesta a esta pregunta sea acabar con nosotros. Pero para Dios, aunque parezca increíble, no somos prescindibles, somos valiosos y ha decidido salvarnos del pecado y del castigo del infierno.
De esta manera, nos podemos levantar cada mañana sin temor a decisiones arbitrarias que puedan exterminarnos, con la confianza depositada en un Dios que nos ama. Al igual que se expresa en Lamentaciones 3:22-23 en referencia a la experiencia del pueblo de Israel, nosotros también podemos decir: “Por la misericordia de Dios no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad”.