El 06/08/1945 se lanzó por primera vez en la historia una bomba nuclear sobre población civil, en el marco de una guerra entre Estados Unidos y Japón. La bomba, que fue bautizada como Little Boy, explotó a 600 metros de altura del suelo de la ciudad de Hirosima y generó una ola de calor de más de 4000°Celsius en un radio de 4,5 kilómetros. Los efectos fueron devastadores:
– En un radio de 360 metros de la zona cero, la destrucción fue casi total y todas las personas que allí se encontraban perecieron de modo fulminante. Entre 50.000 y 100.000 personas fallecieron el día de la explosión.
– En el radio de 4,5 kilómetros cuadrados desde la zona cero, el 50% de los que lograron sobrevivir a la detonación, fallecieron a causa de la radiación.
– Aquellos que se encontraban dentro de los 11 kilómetros cuadrados desde la zona cero, sufrieron quemaduras de tercer grado a causa de la radiación térmica.
Tres días después, el 09/08/1945, Estados Unidos lanzó, Fat man, la segunda y última bomba nuclear utilizada como arma contra una población civil, esta vez en la ciudad de Nagasaki.
En los 5 años posteriores a los ataques, los casos de leucemina aumentaron drásticamente. A los 10 años, muchos de los supervivientes desarrollaron cáncer de tiroides, de mama y de pulmón en tasas superiores a lo normal.
Los problemas de salud mental también se hicieron presentes. El trauma, el dolor de la pérdida de familiares y amigos, el miedo y la ansiedad a no saber si desarrollarían enfermedades derivadas de la radiación, la discriminación por las secuelas físicas de su apariencia, e incluso el sentimiento de culpa por no haber sido capaces de salvar a sus seres queridos.En medio de todo este drama, hay un testimonio que me parece impactante:
Shuntaro Hida dijo: “Traté unos 6.000 pacientes, quizás 10.000. Después de eso no quise continuar mi carrera como doctor. Todas las personas que vi, murieron. Una tras otra. No hubo nadie a quien pudiera salvar”.
Shuntaro Hida y otros muchos médicos anónimos, en un marco físico y emocional, vivieron en primera persona el dolor, la devastación, la crueldad de la muerte, la desesperanza y la impotencia humana frente a la muerte.
Una persona que ha tenido que trabajar para mitigar el dolor de los desahuciados, merece todo el respeto y admiración, es humanamente entendible el desgaste de la frustración y la necesidad de autoprotección emocional, al ver que todos tus esfuerzos terminan certificando la defunción de una persona. La persona fallece y con ella todo tu esfuerzo, toda tu esperanza y toda tu ilusión. Sólo queda el clima pesado y tóxico del nadar y morir en la orilla todas las veces. Muchos no soportaríamos siquiera ver cómo se marchita una persona en sus últimos momentos vitales y descubrir nuestra incapacidad e impotencia.
El testimonio de Shuntaro me hizo pensar desde una perspectiva espiritual, en mí, en la humanidad, en nuestra devastación espiritual fruto del pecado, en nuestra necesidad de salvación, en qué hubiese pasado si Dios viéndonos a todos, uno tras otro, hubiese concluido que no merece la pena. Que no hay nada que pueda ser salvado o merezca el esfuerzo de intentarlo…“Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:10-12).
Pero Jesús mostró su vocación y su determinación a pesar de la dificultad de la tarea encomendada.
“Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. Y la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:27-32).
Y la biblia nos revela que después de toda su entrega, de todo su sacrificio “verá el fruto de su aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11). Habrá valido la pena, porque para esto ha llegado a esta hora.