cabras y ovejas delante de un mazo de un juez en un juicio
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El pasaje con el que concluimos estas reflexiones sobre el sermón profético es el colofón al contexto general donde el juicio está siempre presente. Anteriormente, al considerar su segunda venida, Jesús dictaminó sobre el siervo malo: “Lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y crujir de dientes” (Mateo 24:51). Después dirá sobre las vírgenes insensatas: “De cierto os digo, que no os conozco” (Mateo 25:13), y más adelante al citar el juicio que corresponde a otro siervo malo y negligente: “Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 25:30). El lloro y crujir de dientes, se enfatiza continuamente como un duro alejamiento definitivo de Dios, y se establece no solo aquí, sino que es parte de la enseñanza en la sanidad del siervo de un centurión (Mateo 8:12), como en la parábola de las bodas (Mateo 22:13) y al advertir sobre la puerta estrecha (Lucas 13:2-8).
Todas estas sentencias corresponden a la segunda venida, y se presentan de forma contundente y definitiva, sin dar lugar a un paréntesis terrenal, o a un purgatorio en algún lugar del universo.

Distintas interpretaciones

Los últimos versículos del sermón, no presentan dificultad si seguimos el contexto general de forma natural, pero es cierto que siempre salen a relucir distintas interpretaciones históricas como menciona Ulrich Luz, ya que a partir del siglo XVIII, se produce una nueva enseñanza que se defendió ocasionalmente en el siglo XIX, y sobre todo desde 1960 con frecuencia progresiva, donde “todos los pueblos” (Mateo 25:32), son sólo paganos, y si estos versículos corresponden a un juicio universal, entonces los “hermanos más pequeños” (Mateo 25:40), están al lado de Cristo y no son juzgados.
Estas interpretaciones se han reafirmado por parte de muchos comentaristas, al concluir que nos encontramos ante un juicio a naciones paganas que dará lugar posteriormente al juicio de Israel, para adentrarse después en un tiempo de mil años literales (Apocalipsis 20:4-7). Conforme a esta consideración, nos encontraríamos en una zona geográfica hoy desconocida que se identifica como el Valle de Josafat (Joel 3:2-3), que serviría como marco para un juicio a los vivos que haya en la tierra, a diferencia del juicio final donde se juzgaría solo a los muertos (Apocalipsis 20:11-15).
De entrada, esta interpretación con una gran dilatación temporal y distintos juicios, choca con las expresiones de los textos bíblicos citados. En cualquier caso, muchos eruditos la asumen y es por esto que hay que citarla con respeto.

Escenas celestiales y terrenales

Tal vez, el personaje bíblico que más se interesó por la profecía fue el profeta Daniel. Precisamente, algunos identifican estos juicios con algunos versículos que se contienen en su libro. Hay escenas que como en el primer capítulo del libro de Job, nos dejan atónitos porque ocurren en el cielo, mientras la historia de la humanidad transcurre sin tener conocimiento de las mismas, y entre éstas se mencionan tronos y un Anciano de días (Daniel 7:9), con juicios parciales donde algunas naciones todavía siguen actuando con maldad “hasta cierto tiempo” (Daniel 7:12). Pero finalmente hay una consumación: “Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre”, sin más demoras (Daniel 7:18, 27).
En estos textos se habla también de “tiempo, y tiempo, y medio tiempo” (Daniel 7:25) en la tierra y se cita la palabra “semana” (Daniel 9:27), que difícilmente se interpreta con un tiempo literal de siete días, más bien lo usual es hablar de años. Sin embargo, cuando se cita la palabra “milenio”, muchos defienden que son años literales (Apocalipsis 20:4-7).
Los últimos capítulos de Apocalipsis nos llevan a la plenitud de la historia de la humanidad y todo el libro contiene muchos elementos simbólicos como todos los comentaristas reconocen. En el caso del número mil de la palabra “milenio”, es el cubo de diez, y antes Jesús le enseñó a Pedro que perdonara a su hermano hasta setenta veces siete, que es una forma matemática para mostrar más que cuatrocientas noventa ocasiones de perdón, es decir, sin límites (Mateo 18:22). Del mismo modo, la nueva Jerusalén es una cifra cúbica de doce mil estadios, donde el énfasis parece recaer en la perfección y plenitud, mediante unas medidas de una inmensa grandeza (Apocalipsis 21:16). Por otro lado, la ciudad está rodeada por un muro de ciento cuarenta y cuatro codos de alto, doce al cuadrado (Apocalipsis 21:17). Es decir, grandes dimensiones para mostrar una inmensidad como ocurre previamente con las medidas que difícilmente se pueden interpretar literalmente en el templo de Ezequiel (Ezequiel 40 y ss.), pero que destacan la consumación y perfección de los planes divinos.

La visión de los juicios

Son cuestiones complejas sobre las que se ha dogmatizado mucho, pero según la forma de interpretar estos textos, tendremos que hablar de un juicio universal o de varios juicios. Ya hemos mencionado que el contexto general del sermón no parece mostrar grandes dilaciones temporales. En este caso, llama la atención la forma en la que Dios mismo presenta los distintos acontecimientos donde probablemente el más relevante, no es el juicio universal, sino la presentación de aquel por medio del cual la humanidad va a ser juzgada y eso lo encontramos al contemplar al Cordero como inmolado que toma el libro, ya que es el único digno de abrir sus sellos, porque “tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Apocalipsis 5:9-10). La pregunta es, si esto no estaba claro antes de esa escena gloriosa, y se contesta mediante una multitud que sabe desde antes quién es Jesús y su obra, lo cual no depende de esa ceremonia, que tan solo evidencia una realidad para adoración del Cordero (Apocalipsis 5:13-14).
De este modo, el Cordero que toma ese libro, tiene la autoridad con respecto a los libros que serán abiertos, para declarar quiénes están inscritos en el libro de la vida y quiénes no, evidenciando una realidad previa porque Dios ya ha redimido a los suyos (Apocalipsis 20:11-15). Todo está relacionado, pero la ceremonia final es la constatación de algo ya claro y a lo que de alguna forma, también se da oficialidad pública. Es decir, la forma en la que se desarrollan los juicios está vinculada, aunque haya distintas expresiones de la misma en las esferas terrenales y celestiales. Esto ocurre incluso con la jurisdicción ordinaria, ya que los jueces tras varias vistas, dictan sentencias que a veces pueden requerir la presencia del reo para dar oficialidad, pero en ocasiones tampoco es necesario acudir al acto oficial final. En relación a la vida de los hombres y el juicio establecido tras la muerte (Hechos 9:27), es Dios el único que como Juez conoce el procedimiento a seguir, y las distintas esferas o momentos donde esto se produce, aunque pudieran pertenecer incluso a un solo juicio.

La venida en gloria

El Hijo del Hombre vendrá en su propia gloria, la que tuvo antes que el mundo fuese (Juan 17:5). No vendrá solo, sino acompañado de ángeles que le sirven para sentarse en su trono (Mateo 25:31). Esta compañía de seres celestiales es algo común en momentos clave como ocurrió en Sinaí (Deuteronomio 33:2). El motivo es crear una separación, apartando las ovejas de los cabritos (Mateo 25:32).
Algo a destacar es que se menciona a las “naciones”, palabra femenina en castellano, y neutra en griego. En cambio, tal y como menciona David F. Burt, el pronombre empleado por Jesús no es neutro, sino masculino. Jesús no dice: “Serán reunidas todas las naciones, y las apartará unas de otras”, sino “Serán reunidas todas las naciones, y los apartará unos de otros”. Hay intencionalidad porque el juicio dentro de las naciones se realiza a personas concretas e individuales. No hay ninguna razón de peso para excluir a los creyentes de este juicio y esto sigue la sintonía del mencionado anteriormente. De esta forma, el juicio es la conclusión del discurso con el fin de separar a las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda, por lo que hay una constancia clara de quién es quién (Mateo 25:33).

Los benditos del Padre

Jesús quiere evidenciar de quiénes se puede hablar bien, a la espera de otorgarles una gran bendición porque su estatus es de “benditos de mi Padre” (Mateo 25:34). El Padre y el Hijo no tienen dudas, estas ovejas son las que han tenido una relación íntima con ambos y sus obras les han acompañado, porque han guardado sus palabras (Juan 14:23-24). Todo está en sintonía, no hay estridencias. No hay mérito alguno en ellos, y tampoco lo buscan porque saben quién es su Señor y Salvador. Simplemente sus vidas desprenden el olor grato de entrega servicial por amor a Dios, imitando a Cristo, sin pedir reconocimiento alguno.
Ha llegado el momento de recibir la herencia, el reino preparado antes de la fundación del mundo. Nuestras vidas han estado en su propósito desde la eternidad y aunque esto sea un misterio para nosotros, Dios cumplirá su plan. El mundo ha sido fundado por él, y las vidas de los benditos del Padre también. Sin Dios, no hay fundamentos eternos.

Hechos juzgados

La causa está también fundamentada. Dios está presente en todos los acontecimientos que vivimos y es testigo de todo, nada se le escapa. Sabe perfectamente cuándo hay hipocresía y todo es fachada, pero también si le amamos con todo nuestro corazón. La forma de manifestar si le amamos de verdad la encontramos en una cena en la que de forma inesperada y sin pedir nada a cambio comenzó a servir a sus discípulos una vez más, hasta una entrega absoluta en la cruz del Calvario. De este modo dijo: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis. No hablo de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar” (Juan 13:17-18). La soberanía de Dios y su omnisciencia al conocer los corazones de cada uno, se muestran en las Escrituras.
La forma de imitar a Cristo por parte de sus discípulos ha supuesto:

  1. Dar de comer al hambriento.
  2. Dar de beber al sediento.
  3. Acoger al forastero.
  4. Vestir al desnudo.
  5. Atender al enfermo.
  6. Visitar al encarcelado.

Se destaca lo bueno, no hay reprensión a pesar de que la Biblia declara que no hay justo ni aun uno (Romanos 3:10, 23). Evidentemente, sus siervos ya han sido justificados previamente por medio de Cristo, y ahora se juzga la manera de vivir para sentenciar si se corresponde con una vida transformada por Cristo (Marcos 3:34-35). Sin embargo, esta clase de vida está tan arraigada en los súbditos del reino de Dios, es tan natural en ellos, que ni siquiera perciben el cambio que se ha producido a lo largo del tiempo porque no cabe otra manera de ser ni de vivir (Mateo 25:37-39).
Es llamativa la manera en la cual Cristo mismo tiene que convencerles de un juicio correcto, porque parece que sus benditos tienen claro que son indignos de recibir estas palabras. Ni siquiera recuerdan todo lo que han hecho en favor de otros, aunque son vidas en las que no parece haber gota de pasividad. No hay una lista de cuentas que puedan sacar de su bolsillo porque no llevan la contabilidad en absoluto. Tampoco han tenido tiempo para ello al estar ocupados en buenas obras.

Los más pequeños

La identidad de Jesús con su pueblo es completa como el propio apóstol Pablo tuvo que escuchar cuando perseguía a los seguidores de Jesús: “¿Por qué me persigues?” (Hechos 9:4). En el A.T. Dios muestra su misericordia e identificación con los más débiles: huérfanos, viudas, pobres, extranjeros, y da leyes para protegerlos. Después llegará el tiempo de los gentiles y la necesidad de alcanzarles con el evangelio para formar parte de su pueblo, donde hay que hacer el bien a todos, y especialmente, a los de la familia de la fe (Gálatas 6:10). El trato que la iglesia perseguida recibe, no pasa desapercibido a ojos de Dios porque los suyos son sus hermanos más pequeños, aquellos a los que más hay que cuidar como sentía José por Benjamín, a pesar de tener más hermanos (Mateo 25:40).

La perplejidad de los malditos

Los de la izquierda se van a llevar una sorpresa:
“Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41). Satanás y sus servidores se encuentran en el mismo grupo de exclusión, no hay una salvación universal por más que la tendencia general sea creer eso. Lo grave es que también sabemos que muchos conocen el poder del nombre de Dios e incluso lo han usado (Mateo 7:22), pero no hay una comunión íntima con él, sólo han actuado conforme a su conveniencia, según sus criterios de forma arbitraria cuando el verdadero amor, no permite acepción de personas (Santiago 2:9). Dios es el que obra porque nosotros no tenemos poder en nosotros mismos, aunque actuemos en su nombre. El poder y la gloria solo le corresponden a él, dado que es Creador, Señor y Salvador. Sin él nada existiría.

Dos destinos

A modo de conclusión, la sentencia final es que hay castigo eterno o vida eterna (Mateo 25:46), tras hablarse de fuego eterno (Mateo 41). La religión no salva, sólo Cristo es Salvador. Las oportunidades se acaban porque nuestro tiempo en este mundo toca a su fin, y está establecido después de la muerte el juicio (Hechos 9:27). Pero Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan (Hechos 9:27-28). No hay mucho que pensar, sólo reconocer que por gracia somos salvos, por medio de la fe en Cristo (Efesios 2:8), y confiar en él eternamente, mientras servimos a todos los que están a nuestro lado, sobre todo, a la familia de la fe.

Este artículo ha sido publicado en la revista Edificación Cristiana y cuenta con la autorización personal y directa de su autor para reproducirlo en Jeitoledo.com.

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