por un lado aparece un hombre de éxito profesional, por otra parte su vida espiritual está moribunda
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Gálatas 6:7-8 No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. Romamos 8:6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, mientras que ocuparse del Espíritu es vida y paz. Y 2ªCorintios 9:6 El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.

     Estas rotundas y poderosas palabras deberíamos tenerlas grabadas permanentemente en nuestro pensamiento, y probablemente muchas de las circunstancias que nos envuelven podrían ser distintas.

     Es una verdad innegable que cada vez hay más jóvenes, hijos de creyentes que se alejan del evangelio, ó que si no se distancian totalmente, viven vidas totalmente desorientadas en cuanto a la doctrina y a la fe. O han abrazado una gran parte de los mismos postulados, planteamientos vitales y filosofías de vida que sostienen los otros jóvenes que no conocen a Dios en absoluto.

     Desde luego que aunque algunos siguen concurriendo a las iglesias de forma regular ó esporádica, no se puede decir de la mayoría de ellos lo que el apóstol Juan declaraba de aquellos a los que escribía su primera epístola: “Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno.” (2:13) Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno.” (2:14). Y a los que continuaba amonestando de forma clara: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”. Por el contrario, los deseos de los ojos de muchos se les caen detrás de las modas, de las diversiones, de la inmoralidad, de los programas y de los espectáculos del mundo.

     Siento un profundo dolor cada vez que pregunto por sus hijos a algún creyente que hace tiempo que no veo, y obtengo respuestas sobre los éxitos que han cosechado en sus estudios ó en sus profesiones, pero cae un silencio total sobre las cosas verdaderamente importantes: sus progresos en las áreas espirituales y morales, y su implicación en la causa de Cristo.

     Uno se alegra ciertamente de que los hijos de los amigos progresen en la escala social, económica y profesional. Porque si como dijo Jesús el hombre no vive SOLO de pan, no cabe duda que el “pan” también tiene su importancia en esta fase de nuestra existencia, pero cuando se busca PRIMERAMENTE el reino de Dios y su justicia, nuestro Padre que está en los cielos sabe de qué cosas tenemos necesidad para otorgarnos fielmente su provisión.

     Ahora bien, la mayor parte de ese éxito profesional y social viene como resultado de la inversión que se ha hecho para obtenerlo. Tiempo, dinero, esfuerzos, dedicación y diligencia fueron invertidos por la familia durante años en su consecución. Y al final de toda esa siembra, se siega en muchas ocasiones el éxito de una carrera universitaria brillante que abre las puertas al ansiado porvenir económico y social de una mejor calidad que el de los progenitores.

     Sin embargo, en los términos de la economía del Reino de los cielos, la mayor parte de esta inversión no constituye sino un fracaso. Tener un buen sueldo, una buena vivienda, un automóvil grande y nuevo, vacaciones y viajes por el mundo son rentas para lo que aquí tendremos que abandonar porque no cotizan en la bolsa de las bendiciones espirituales ni de los galardones eternos. Es más, en muchos casos conforman una ruina grande porque son edificios que se asientan sobre fundamentos arenosos. Y sobre ello afirmó Jesús: ¿de qué le sirve a un hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se destruye o se pierde? (Lucas 9:25).

     A veces me paro a meditar como serían las iglesias evangélicas y las familias creyentes, y como consecuencia el mundo que nos rodea, si en la formación de los hijos se invirtiera un esfuerzo aunque solo fuese a partes iguales en el desarrollo espiritual y el intelectual y profesional. Pensemos, por ejemplo, en las horas lectivas de la semana divididas a la mitad entre los estudios y las otras actividades escolares y las extraescolares de formación, y dedicásemos otras tantas al estudio de la Palabra de Dios, a tener comunión, adoración, alabanza y servicio, en ayudar a la iglesia en sus actividades, en visitar a los ancianos y enfermos (Si, los jóvenes también tienen que ser instruidos en esto), en formación moral, en apologética –la defensa de nuestra fe y de la doctrina- en valores trascendentes, en temor de Dios, en mantener comunión con otros hermanos de la fe, etc. y en el ejercicio práctico de todo ello integrándolo en la vida cotidiana familiar, eclesial y social. ¡Sería tremendo ¿no?! Pues ni siquiera ese 50 a 50, que nos puede parecer impresionante alcanza el nivel que Dios requiere y preparó de antemano para que sus hijos anduviésemos por el. Dios ha determinado que no pongamos la vista, es decir, que no invirtamos nuestros mejores valores en las cosas que se ven, porque las que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2ªCorintios 4:18).

     ¿Para qué les valdrá una brillante carrera, una elevada posición social, una jugosa cuenta bancaria, una hermosa casa si cuando tengan que presentarse en el inevitable juicio delante de su Creador sus nombres no se encuentran incluidos en el libro de la vida (Apocalipsis 20:15Lucas 13:26-28) ¿Podrán invocar su curriculum académico y profesional? ¿No cambiarían, si pudieran, todos sus logros económicos y sociales por una salvación “como por fuego”, pero que les permitiese ser los últimos en el reino de los cielos?

     En muchas ocasiones, el alejamiento de los hijos de los caminos de Dios se ha producido cuando anémicos de formación espiritual han llegado a las universidades, y han sucumbido ante el racionalismo, ó los argumentos de la falsamente llamada ciencia, las corrientes filosóficas y políticas de un mundo que se revela como un adversario de Dios, al que quiere suprimir de los pensamientos y de las conciencias de los seres humanos. Y en medio de tanto fracaso, ¿cómo hemos de valorar el enorme trabajo y esfuerzo de muchos padres que ha valido para entregar a sus queridos hijos sin una fe firme y arraigada a sucumbir ante un mundo al que debiéramos combatir?

     Luego vienen los sufrimientos en silencio, que en la mayor parte de las ocasiones se quieren acallar convenciéndose de los beneficios que producen en la vida de los hijos las buenas remuneraciones por esos logros académicos alcanzados con tanto esfuerzo. Y esto solo en los mejores casos, porque también hay muchos otros en los que siquiera el esfuerzo empleado consigue el éxito buscado.

     No me canso en insistir en un término reiterativo en mis artículos sobre este asunto: No es suficiente llevar a los hijos a la escuela dominical durante una hora los domingos, ni enviarlos 15 días en el verano a un campamento. ¿alguien puede pensar que con ese bagaje pueden estar preparados para afrontar las decenas de horas de televisión, de instrucción anticristiana, y de relación con perdidos de toda la semana, de todos los meses, de todos los años?

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