Un hombre perverso se dispone a comer una torta
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Dentro de la sucesión de reyes del Reino del Norte, hubo un periodo especialmente convulso para la tribu de Efraín, que se extendió al resto de Israel. Un periodo lleno de angustia y estrechez, en donde estaban recogiendo los frutos de su errático rumbo: Una crisis social y económica que era la consecuencia de una crisis moral y que a su vez era la consecuencia de una crisis espiritual, en donde la rebeldía a Dios y a sus mandamientos era tan acentuada y se había multiplicado de tal manera, que llegaron al convencimiento de que echarse en manos de sus enemigos era la mejor de las ideas para solucionar sus problemas (Oseas 7:11). A pesar de los numerosos enviados de Dios anunciando las consecuencias de sus decisiones, nunca tuvieron a Dios en sus pensamientos como una opción a la que volver para buscar guía, orden y restauración (Oseas 7:10).

     Entre esos profetas encargados de advertir a Efraín de las consecuencias de su rebeldía, se encontraba Oseas, quien les dijo: «Efraín se ha mezclado con los demás pueblos; Efraín fue torta no volteada. Devoraron extraños su fuerza, y él no lo supo; y aun canas le han cubierto, y él no lo supo. Y la soberbia de Israel testificará contra él en su cara; y no se volvieron a Jehová su Dios, ni lo buscaron con todo esto» (Oseas 7:8-10).

     Oseas pone el dedo en la llaga de Israel y les enfrenta con su desobediencia como pueblo, al tiempo que les acusa de que hayan perdido su idiosincrasia, su carácter y los rasgos distintivos que les hacían únicos y especiales en comparación con el resto de pueblos de la tierra. De los polvos de aquella mezcla, los lodos que habían resultado en la perdido “su fuerza” como pueblo (Oseas 7:9).

     Me resultó curioso ver como traducían otras versiones la parte del versículo 7:9 que dice: “Devoraron extraños su fuerza”. Hay versiones que en lugar de “extraños”, emplean la palabra “extranjeros”, lo cual, aunque tiene bastante sentido atendiendo al versículo previo que nos está hablando de la mezcla de Efraín con “los demás pueblos”, muchas de esas versiones pertenecen al s.XX, en donde el contexto social y político estaba impregnado de un espíritu nacionalista que pudo haber influido a la hora de elegir esa palabra, y puede que realmente no responda al sentido que le quería dar el profeta.

     Sin embargo, me topé con que algunas de esas versiones utilizaban la palabra “sustancia” en lugar de “fuerza”. A mi juicio, creo que la versión que mejor recoge la esencia de lo que Oseas estaba tratando de contar, sea la Reina Valera de 1865 que traduce por: “Comieron extraños su sustancia”. Porque la sustancia al ser la parte esencial y más característica de algo, es lo que verdaderamente tiene valor. Es como el jugo que se exprime de una fruta. Cuanto más concentrado está, más fuerza tiene y se manifiesta con más intensidad y más sabor. Además, Oseas compara a Efraín con una torta que fue devorada por extraños (Oseas 7:8), quienes le arrebataron su fuerza, su vigor y su sustancia. Y digo extraños y no extranjeros, a pesar de esas otras versiones, porque ni son lo mismo una cosa y la otra, ni Dios les dispensa el mismo trato, ni los pone en la misma categoría.

     La diferencia entre ser extranjero o ser extraño

El ejemplo más claro de esta distinción lo tenemos en la instauración de La Pascua. Cuando Jehová da instrucciones a Moisés y a Aaron, Dios hace una diferencia entre extranjeros y extraños. En Éxodo 12:43 dice: “Esta es la ordenanza de la pascua, ningún extraño comerá de ella”. Y aunque Éxodo 12:45 dice que: “El extranjero y el jornalero no comerán de ella”. Esta aparente contracción queda resuelta cuando en su contexto vemos que se está refiriendo a aquellas personas que están de paso: a un huésped que está de viaje, a un temporero que viene a hacer unos trabajos y se vuelve a su lugar de origen… A esas gentes que venían de afuera y que no pertenecían al pueblo de Israel, porque eran desconocedores de Dios y extraños al significado de la Pascua y sus implicaciones. Carecían de compromiso, y por eso Dios no quería que nadie extraño participase frívola y superficialmente de la Pascua. Así que Jehová establece una diferencia para con los extranjeros comprometidos, aquellos que “moraren” (Éxodo 12:48) o “habitaren” (Éxodo 12:49) con el pueblo, a los que dice:

     Éxodo 12:48 “Mas si algún extranjero morare contigo, y quisiere celebrar la pascua para Jehová, séale circuncidado todo varón, y entonces la celebrará, y será como uno de vuestra nación; pero ningún incircunciso comerá de ella. La misma ley será para el natural, y para el extranjero que habitare entre vosotros”.

     Luego pues, no había diferencia, fuese natural o extranjero circuncidado. Alguien comprometido y asimilado era considerado por Dios como pueblo suyo. Y de igual modo que no había diferencia para participar, tampoco la había en cuanto a las consecuencias en caso de hacerlo indignamente (Éxodo 12:19). Para Dios no hay nacionalidades, por un lado está su pueblo y por otro los extraños, o como dijo también Jesús cuando explicó la parábola del sembrador: por un lado están los que están dentro y por otro los que están afuera (Marcos 4:11-12). Las ovejas que oyen su voz, que él las conoce y le siguen, y los incrédulos que no le reconocen porque su voz les es extraña (Juan 10:26-27).

     El Efraín de nuestros días

     Si tuviera que poner un ejemplo práctico que pudiese ilustrar lo que le pasó a Efraín, os diría: ¡Abrid los ojos! Estáis siendo testigos de cómo Occidente lleva replicando a Efraín desde hace aproximadamente 50 años y de forma muy intensa, los últimos 30. Occidente ha renegado de sus raíces, de su herencia y fundamento cristiano del mismo modo que hizo Efraín con los mandamientos de Dios. Y ambos han menospreciado el privilegio de ser el pueblo de Dios. De haber sido hechos por Dios, la luz del mundo y la sal de la tierra (Mateo 5:13-14).

     Y es que las personas somos como recipientes: Estamos diseñados para contener. Y si nos vaciamos de una cosa, nos llenaremos de otra, porque somos incapaces de estar huecos. Tanto Efraín como Occidente son ejemplos de cómo la pérdida de identidad es remplazada por extraños a Dios, a sus mandamientos y a los usos y costumbres que se derivan de su práctica. Estos otros pueblos, no sólo no se han abierto a abrazar a Dios, si no que han sido capaces de conservar su propia cultura de origen, su propia identidad, en medio de un territorio ajeno, hasta hacerse lo suficientemente fuertes como para hacer perder la sustancia y la identidad del lugar que los acoge.

     Occidente lleva hablando décadas de las bondades del multiculturalismo. Una cultura puede estar formada por infinidad de etnias y ser una cultura fuerte, pero las culturas distintas no coexisten, luchan entre sí. Vivo en Toledo, la ciudad de las Tres Culturas, en donde nos venden que todo eran armonía y buen rollo. Sin embargo, la edificación de los barrios tiran abajo el relato. Porque si la convivencia fuese como nos cuentan, no podría haber barrio judío, ni barrio árabe, sino que todos estarían dispersos y mezclados por toda la ciudad de forma que impidiese la consolidación de barrios identitarios o guetos. Las culturas sólo pueden luchar entre sí y dar como resultado uno de estos tres escenarios posibles: se impone una, se impone la otra, o las dos se diluyen creando otra cosa distinta de ambas. Y esto mismo es lo que le pasó a Efraín: perdieron sus sustancia y su identidad.

     Pero esta pérdida de identidad, ni sucede porque sí, ni sucede de la noche a la mañana. Es la consecuencia de la desconexión espiritual y de la ruptura de la comunión con Dios por parte de la gente natural de Efraín u Occidente. Es decir, de la gente que se suponía que pertenecía al pueblo de Dios, que eran de los de adentro.

     Ya desde el principio del todo, la tribu de Efraín decidió desobedecer a Dios, incumpliendo varios de sus mandamientos directos en relación con los pueblos que moraban la tierra prometida. Tenían el encargo de Dios que debían “destruirlos del todo” (Deuteronomio 7:2). Y esto aunque pueda sonar muy fuerte, tenían ganado a pulso su castigo porque eran pueblos culturalmente criminales y sanguinarios. Estaban enfermos moral y espiritualmente por causa de sus prácticas de hechicería, brujería, espiritismo, idolatría hasta el punto en el que sacrificaban a sus propios hijos como ofrendas en sus rituales (Deuteronomio 18:9-14). Eran bárbaros con un comportamiento peor que el de animales irracionales que disfrutaban haciendo estas barbaridades. Por estas cosas, Dios decidió que Israel sería su instrumento para hacer justicia y erradicar esas sociedades junto con sus prácticas.

     Además, también les advirtió diciendo: “No harás alianza con ellos, ni con sus dioses. En tu tierra no habitarán, no sea que te hagan pecar contra mí sirviendo a sus dioses, porque te será tropiezo”. (Éxodo 23:32-33).

     ¿Y qué hizo Efraín? “No arrojaron al cananeo que habitaba en Gezer; antes quedó el cananeo en medio de Efraín, hasta hoy, y fue tributario” (Josué 16:10). Lo mismo hicieron las tribus de Zabulón y Neftalí (Jueces 1:30-33). Es decir, no aplicaron la justicia de Dios, hicieron alianza con ellos, les dejaron habitar en la tierra que Dios les había dado y acabaron adorando a sus dioses y participando de sus prácticas hasta llegar a sacrificar a sus propios hijos (Salmo 106:37-38). Y todo porque les resultó más “conveniente” y “rentable” el dinero de los tributos a manos de un pueblo degenerado, que obedecer a Dios y esperar en sus bendiciones. De igual manera Occidente se vendió por dinero a cambio de mano de obra barata en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, por una cuestión de rentabilidad y cortoplacismo, incorporando a gente extraña, no comprometida y que no tenía la intención de asimilarse. Varias generaciones después el problema se ha multiplicado exponencialmente y se presagian en el horizonte cielos de tormenta.

     La falta de integridad de Efraín es algo que ha ido adquiriendo Occidente con el pasar de las décadas. Oseas recrimina a Efraín que han sido como una “torta no volteada”, es decir, que eran un pueblo que tenía dos caras. Una parte aparentemente hecha y la otra completamente cruda. Una que podría cumplir con la apariencia de la religiosidad de los rituales y las tradiciones impuestas por Dios, pero como si fuera una costumbre social, algo superficial y hueco; al tiempo que también participaba de la abominable idolatría y rituales de esas naciones paganas (Salmo 106:34-42). Por un lado fingían tener temor de Dios, mientras que por el otro manifestaban un corazón que disfrutaba enardecido de hacer todo aquello que Dios condenaba, como denuncia Oseas 7:4. Le ponían una vela a Dios y otra al Diablo.

     Y esta hipocresía surge siempre por el mismo motivo: “No consideran en su corazón que tengo en memoria toda su maldad”( Oseas 7:2). Piensan que Dios se va a olvidar de sus atrocidades con la misma facilidad con la que lo hacen ellos, y que sus crímenes van a quedar impunes.

     La consecuencia de la pérdida de identidad

     Efraín como tribu e Israel como pueblo rompieron con Dios, y la consecuencia lógica que se produce con la pérdida de la identidad que surge de la ruptura con Dios, es la apertura de un periodo oscuro de caos y de confusión. Una barra libre de inmoralidad en donde se multiplica de forma exponencial el “perjurar, mentir, matar, hurtar, adulterar […] y homicidio tras homicidio” (Oseas 4:2). Con estos mimbres no puede haber prosperidad ni paz. Dios dijo: “Comerán pero no se saciarán” (Oseas 4:10). Es decir, vivirán miserablemente.

     Estaban atravesando tiempos duros. Tiempos en los que se iban a la cama desquiciados (Oseas 7:14) y en lugar de descansar, no eran capaces de hacer otra cosa más que gritar con rabia sus frustraciones y su dolor mientras yacían agitados. No tenían paz ni descanso y ni aun así el volverse a Dios entraba entre sus opciones. No entendían que estaban bajo un juicio de Dios, porque no aceptaban la responsabilidad de sus acciones.

     Así que, al mismo tiempo que sufrían las consecuencias y perseveraban en su soberbia de no buscar a Jehová y volverse a Él buscando restauración (Oseas 7:10), desconocían las razones de porqué le ocurrían las dificultades y problemas que estaban atravesando y vemos que Oseas, hasta en dos ocasiones, dice que no lo supieron (Oseas 7:9). No fueron conscientes de que habían perdido su sustancia que emanaba directamente de la obediencia a Dios y se habían vuelto unos incautos “sin entendimiento” (Oseas 7:11) con ideas tan peregrinas como las pretender encontrar la solución a sus problemas en las naciones de Egipto y Asiria. Es decir, en aquellos que les habían esclavizado durante 400 años y les habían tratado peor que bestias de carga, y en aquellos que estaban a punto de esclavizarles en un futuro cercano, casi inminente (2ª Reyes 17:5). Eran ciegos guiando a ciegos, “y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15:14).

     La paciencia de Dios para con su pueblo es digna de elogio, porque no cesó de enviar numerosos profetas, durante muchísimos años, para alertar, enseñar y reconvenir al pueblo a volverse a Dios. En lugar de eso perseveraron en la rebeldía, y ya en Oseas 8:1 hay una llamada de trompeta, esta llamada ya no es una llamada de advertencia sino de convocatoria: Dios va a utilizar a los enemigos de Israel como un instrumento de juicio para castigar las abominaciones que Israel cometió. Y del mismo modo que Israel tuvo que hacer frente a su juicio, Occidente tendrá su juicio y la humanidad en su conjunto también está bajo una expectativa de juicio eterno.

     Podemos aprender de Efraín, con seguridad no podremos cambiar el rumbo del juicio que se avecina contra Occidente, pero podemos preparar nuestras vidas para ordenarlas conforme a lo que Jesús enseñó y descansar en que Él no nos tenga por extraños, ni por tortas no volteadas y que nos ampare el amor por el cual se dispuso a sufrir el juicio que debía recaer sobre nuestras cabezas.

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