Una multitud asiste a un concierto callejero
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 Mi artículo anterior me ha valido algunos insultos, y estoy feliz por ello. Me hubiera preocupado que los lectores discrepantes me argumentaran con ‘paciencia y doctrina’ los errores de apreciación que hubiesen encontrado en mi artículo-denuncia, porque significaría que andaba yo equivocado y tendría que rectificar (no me hubieran caído los anillos si tuviese que hacerlo). Pero recurrir al simple insulto, o a la pura y dura descalificación ad hominem me fortalece y ratifica.

     Cuando alguien como yo ha sido insultado desde la más tierna infancia por seguir la fe de Jesucristo está más que vacunado cuando llega a ciertas edades. Los niños de mi generación fuimos preparados tanto en casa como en la iglesia, con la enseñanza de que es ineludible que todo aquel que quiera vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerá persecución (2ª Timoteo 3:12), y que la persecución, como ya sucediera con otros antes, vendría tanto de afuera como de adentro (2ª Corintios 11:26). Y nos enseñaban que Jesús dijo que si a él lo habían perseguido por denunciar el mal ó el pecado, también perseguirían a sus discípulos que hiciesen lo mismo (Juan 11:20). De tal manera que a falta de argumentos, a Jesús le llamaron borracho, glotón ó endemoniado, y a nosotros nos llamarían por lo mismo cosas semejantes. Así que si desde niño fui llamado hereje, mal cristiano, y un ‘protestante’ pronunciado con el mismo tono hiriente con el que llamaban ’samaritano’ a Jesús, que era algo así como lo peor de lo peor con que pudieran insultarme, y llevaba tales improperios con orgullo, pues el que ahora me llamen, entre los más delicados, cosas tales como extremista ó amargado, comprenderán que no me hace la menor mella.

     Sin embargo Jesús también enseñó en el texto que antes cité, que en la misma medida que algunos guardaron su palabra, también guardarían la nuestra. Así que me siento doblemente feliz. Primero porque participo aunque sea de una forma minúscula de Sus padecimientos por decir la verdad con respecto a cosas que son denunciables a la luz de las Sagradas Escrituras y de la doctrina de Cristo, y en segundo lugar, porque algunos, aunque sean una minoría han visto como los montajes de esa naturaleza tienen mucho del ‘mundo’ y poco ó nada del ‘Espíritu’.

     También he podido ver, y algunas personas me lo han reconocido, que habían estado encantadas apoyando este tipo de actos, dejándose llevar más por unos irreflexivos sentimientos colectivos que por un análisis sereno a la luz de las Escrituras de lo que son este tipo de eventos.

     Ante esta diversidad de reacciones ante el mismo acto y la misma denuncia, solo queda reflexionar en el consejo inspirado del apóstol Juan para que se prueben los espíritus. Pues cuando uno amonesta con la Palabra de Dios, no con argumentos de la carne, y teniendo en la mente los intereses de Su reino, se hace manifiesto cual es el espíritu de verdad y cual el espíritu de error: los que son de Dios oyen la amonestación y cambian, los que no son de Dios, no oyen y persisten en el error (1ª Juan 4:6).

     También quiero reproducir unos párrafos que creo que son bien acertados que a propósito de mi artículo publicado en el Foro General de Religión de www.iglesia.net, escribió uno de sus lectores, y que creo que es una sabia opinión:

      “Los valores espirituales se pierden cada vez más, especialmente en las mega iglesias, y en aquellos cristianos que están, en cierta medida, en conexión con el mundo. Porque lo cierto, paralelamente a los cientos de fallas que existen en la iglesia de hoy;… es que ya no se alaba a Dios. No se canta para Dios, se canta para los hermanos, para un auditorio. Se canta para agradar al público, para recibir aplausos de un público «cristiano», y no para recibir aprobación de Dios, ni agradar a Dios.”

      “¿Culpa?… tanto de cantantes como oyentes. Hoy por hoy los cantantes cristianos se han convertido en verdaderos artistas (en términos mundanos), viven como artistas, se mueven como artistas, ganan como artistas. ¿Y el público? Pues les alaba y vitorea como verdaderos artistas, convirtiéndolos en verdaderos «divos de la canción cristiana»; en lo que ya no son altares ni púlpitos, sino en verdaderos escenarios; y con todos los efectos especiales, coros, y coreografía de «danzantes»; arreglos a semejanza de los mejores artistas mundanos.”

      “Hoy, la participación de estos auténticos artistas «cristianos», no deja tanto beneficio espiritual, como si las suculentas ganancias materiales de un oficio (no un don) que cada día recibe más aceptación por parte del mundo cristiano, que hoy por hoy, llegan ya a tolerar y amparar a los famosos «cantares o festivales cristianos»: Dignas competencias, pero, «¿para la gloria de Dios»???”

      “En medio de todo este triste panorama realmente cuesta mucho ver la iglesia de Cristo.”

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