Dicen que es el libro para niños que todo adulto debe leer: El principito, la novela corta del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Publicado en 1943, en Francia se considera uno de los mejores libros del s. XX, el más leído y más traducido, a 250 idiomas. Es un alegato contra la guerra y el fascismo nazi, reivindicando valores humanos fundamentales como la esperanza y el amor.
El principito es la historia mágica de un piloto que se encuentra perdido en el desierto del Sáhara después de que su avión sufre una avería. Es una experiencia real que había vivido Saint-Exupéry cuando pilotaba un avión sobre Libia y tuvo que aterrizar forzosamente. En el cuento, el piloto conoce a un pequeño príncipe de otro planeta. Abordan temas filosóficos, sobre todo cómo los adultos se fijan en las cosas que les parecen importantes, pero con poca imaginación. Hay reflexiones sobre el sentido de la vida, la soledad, la amistad, el amor y la pérdida. El principito hace amistad con un zorro que le comparte secretos sobre las relaciones humanas: «No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos».
El narrador cuenta que cuando era niño, hizo un dibujo de una boa que había tragado un elefante; sin embargo, todos los adultos interpretaban el dibujo como un sombrero. Cuando el niño trata de explicar, se le aconseja dejar los dibujos por algo más productivo. En cambio, el principito mira el dibujo y capta el sentido correctamente. Luego el aviador intenta dibujar un cordero, pero al no conseguirlo se limita a pintar una caja y le dice a su amigo que el cordero está dentro. Al principito le parece bien y afirma que sí, hay que mirar más allá de las apariencias.
La eternidad de las cosas que no se ven
Las Escrituras recuerdan que hay cosas reales que no se ven, como el cordero en la caja o el elefante dentro de la boa. Hay un texto que lo plantea en la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios:
«Porque esta tribulación, que es leve y momentánea, produce en nosotros una gloria cada vez más excelente y eterna. Por eso, no nos fijamos en las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2ª Corintios 4:17).
El apóstol apunta, en primer lugar, una paradoja: «No nos fijamos en las cosas que se ven, sino en las que no se ven». Quiere decir que hay una realidad que va más allá de lo puramente material. El viento y la electricidad no se ven directamente, pero notamos sus efectos. La justicia y el amor no son visibles, pero tienen una existencia real. El alma de las personas, los movimientos de la conciencia, las aspiraciones de futuro, las nociones de algo eterno: hay muchas cosas que habitan una dimensión que nuestros ojos no perciben.
En segundo lugar, el texto también habla de perennidad: «las cosas que no se ven son eternas». El apóstol alude a las personas, que tendrán una existencia consciente permanente, o con Dios o sin Dios para siempre. También perdura el trato que el Señor tiene con las personas: dando perdón a los que confían en Jesucristo como Señor, transformando su corazón, derramando amor donde antes no había.
Por último, el verso toma nota de un peso de gloria: «Porque esta tribulación, que es leve y momentánea, produce en nosotros una gloria cada vez más excelente y eterna». La palabra «gloria» en hebreo es cabod, que significa «peso». Es como si reuniéramos todas las posesiones de un personaje importante y las pusiéramos en una báscula. Eso sería su gloria. La promesa es que cuando atravesamos las experiencias difíciles de esta vida echando mano de Cristo por la fe, esto produce cambios dentro de nosotros. Desde fuera no siempre se ven, pero son cambios reales y para bien.
El principito reivindica el valor de las cosas que no se ven. Dios hace lo mismo, pero mejor. No solo afirma que son importantes, sino las fragua dentro de los que llegan a conocerle por medio de la fe en Jesucristo. Hay una paradoja: existe una realidad que no se ve. Hay algo perenne: las personas, Dios y la relación entre ambos. Por último, hay un peso de gloria que se forja dentro del creyente que aprende a encajar todas las experiencias con Jesucristo. Esto puede ser tu experiencia. Es una promesa para mí y también para ti.