evangelismo disfrazados de payaso
La Palabra de Dios en no pocas ocasiones queda degradada al nivel de "payasada"
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El drama de la humanidad es una realidad palpable y tangible, incluso entre quienes no creen en Dios. La maldad lo llena todo, mejor dicho el pecado está presente en todas partes. Independientemente de la clase social, de la región del mundo y de la edad que tengan las personas.

     El mal es facilísimo de ver. Enciende la tele o sal de casa a lo mejor puedes identificar algunas cosas de esta lista: Corrupción, agresiones, violencia, maltratos, odios, guerras, insultos, iras, malas acciones, robos, amenazas, rencores, divorcios, infidelidades, asesinatos, homicidios, discusiones, envidias, murmuraciones, crueldades, malos pensamientos, comentarios hirientes, mentiras, engaños, cohecho, injusticia, egoísmo, falta de respeto, prepotencias, altivez, orgullo, xenofobia, discriminación, clasismos, acepción de personas…

     Lo verdaderamente triste, no son las consecuencias materiales, emocionales, físicas y psíquicas que se derivan de estas prácticas. El verdadero drama es que la humanidad no es consciente de que la realidad que vive el mundo tiene su origen en el pecado. Que la separación de Dios produce las consecuencias lamentables de las prácticas que hemos citado. Pero por encima de todo, supone la condenación eterna de la verdadera vida… la vida espiritual, la que permanece más allá de este cuerpo y esta naturaleza carnal.

     Es aquí donde radica la necesidad de que los Hijos de luz brillen en este mundo de oscuridad, que asuman con vigor, con respeto y con fe el cometido que fue encargado por el propio Señor Jesús: Id y predicad el evangelio.

     Pero ¿de qué forma hay que hacerlo? Cada cristiano parece tener un manual de trucos y técnicas de cómo evangelizar para convertir a los perdidos.

     – ¡Disfracémonos de personajes que llamen la atención! – dice uno.

      Otro dice: ¡Buena idea! Vistámonos de payasos para atraer a los niños.

     -¡Si, si! ¡Regalémosles caramelos y globos!

     -¡Podemos hacer una coreografía para bailar y saltar mientras ponemos canciones con mucho ritmo!

     …

     Mimos, teatros, bailes “espirituales”, monólogos, conciertos musicales, corales góspel, marionetas, pintores cristianos de cuadros, títeres… ¿Cuál es el objetivo? Algún iluso defenderá que predicar el evangelio. La triste realidad, es el objetivo de hacer cosas, cosas y más cosas que causen buena acogida entre los perdidos, aunque el mensaje quede tan diluido que estos no se enteren de la necesidad vital que su alma tiene de arrepentirse ante Dios o de lo contrario morirán, y al mismo tiempo aliviar sus conciencias y parecer que hacen cosas para la obra del Señor.

     Lo más triste es que estos nuevos portadores de este evangelio, que debieran pasar más tiempo leyendo la Biblia en vez de esforzarse sin cabeza para escalar en protagonismo, tienen tan poca fe en el poder de la Palabra de Dios, que piensan en su ingenuidad que es más fácil que con sus trucos, inventos y esfuerzos las almas pueden pasar de muerte a vida, que con la predicación de la Palabra de Dios.

     ¿Cómo predicaban la Palabra de Dios los profetas a lo largo de todo el antiguo testamento? ¿Y Jesús? ¿Cómo lo hizo? ¿Y Juan el Bautista? ¿Y los discípulos? ¿Y Saulo? ¿De verdad alguien puede pensar que no existía música, disfraces, bufones, títeres y animadores sociales y “culturales” en aquél entonces?

     Hay gente que sostiene que no se puede comparar a las personas de aquella época con los que habitan hoy la tierra, que los tiempos han cambiado. Yo, personalmente les doy toda la razón. Antes la iglesia crecía y ahora no. Antes se predicaba la Palabra de Dios y ésta por el poder del Espíritu Santo transformaba vidas y ahora se mundaniza la Palabra de Dios a fin de entretener un rato a un grupo de incrédulos que se van tan vacíos como antes de llegar.

     Algunos sostienen… ¿Es que si no las personas no vienen?… ¿Y qué? El Señor Jesús, en Juan 12:38 citó a Isaías que se preguntaba “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?” Dando por respuesta que prácticamente nadie.

     Para reflexionar

     1.- Nosotros no tenemos el cometido de convertir a nadie, sólo de predicar el evangelio y vivir como es digno del evangelio. Nosotros tenemos la obligación de predicar la Palabra, que esta predicación sea para salvación o para condenación dependerá de la reacción de las personas que la oigan. Tal y como dice Juan 3:18-21 refiriéndose a Jesús: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios».

     2.- Predicar la Palabra de Dios y ser embajadores de nuestro Señor, ES UN PRIVILEGIO. Hay que prepararse en oración, en santidad y en humildad delante de Dios para que Dios nos capacite, para que nos eleve a la altura de la responsabilidad que conlleva predicar su santa Palabra. Tal y como dice 2ª Corintios 5:18-20: “ Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. ASÍ QUE, SOMOS EMBAJADORES EN NOMBRE DE CRISTO como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”.

     Un embajador no se representa a sí mismo, no hace lo que le viene en gana sin contar con la persona a quien representa. Es más, se prepara para conocer la forma y que su representado tiene de hacer las cosas y se comporta de forma consecuente.

3.- La persona que predica tiene que pasar lo más DESAPERCIBIDO posible. Para que la atención de todos se centre en lo que está diciendo, y no en el que habla, no en las cosas que hace para atraer a las personas. Tal y como dice Juan 3:30 “Juan 3:30 Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe”.

     4.- Debemos despojarnos de cualquier “fórmula de convertir”. Comprometernos a alabar a Dios y predicar su Palabra tal como es, tal y como luego se reflejamos en la iglesia. No se puede engañar a la gente haciendo cosas llamativas para captar su atención, porque si alguno viniera esperando encontrarse lo mismo que vio en la calle, se sentirá engañado. Hay que dejar que sea Dios el que transforme vidas y corazones. Porque sabemos que es su gracia la que prepara los corazones. El apóstol Pablo dijo en 1ª Corintios 2:1-5: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho TEMOR Y TEMBLOR; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.

     Como comentó Charles Spurgeon (1834-1892), de una forma magistral: “El diablo pocas veces ha hecho algo tan inteligente como insinuar a la iglesia que parte de su misión es proveer de entretenimiento a la gente con propósito de ganarles para el evangelio.

     Desde el tiempo de los Puritanos, con su manera de dar el mensaje, la iglesia poco a poco ha suavizado su testimonio y llegó a permitir y a excusar el uso de las tonterías de nuestros tiempos. Luego las ha tolerado dentro de sus fronteras. Y ahora las ha aceptado como una manera de alcanzar a las multitudes.

     ¡Que Dios nos despierte y nos llene de fe. Fe en el poder de su Palabra y en el poder del Espíritu Santo!

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