Djokovic celebró su fe cristiana en los juegos olímpicos de París
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Con frecuencia las personas utilitaristas repiten la frase : “bien está lo que bien acaba”, y es algo que produce escalofríos si lo dicen realmente convencidos, pues muy al contrario todo cuanto comienza de forma aviesa y torticera tiene escasas posibilidades de llegar a buen puerto.

Es innegable que estos últimos JJ.OO. no han sido como los demás, porque empezaron mal, muy mal, con una ceremonia de apertura diseñada por el mismísimo diablo. Y hay cosas que no se deben expresar usando eufemismos, ya que eso sería suavizarlas, endulzarlas, maquillarlas, y yo no escribo para “hacer amigos”, ni para prosperar tampoco.

El camino a la perdición de Francia

No sabría decir en qué momento Francia dejó de ser un gran país, para empezar a convertirse en lo que es ahora, aunque si tuviera que expresar una fecha concreta, diría que el punto de inflexión fue el famoso mayo de 1968. Entonces todo parecía que iba a reducirse a unas fotos de estudiantes manifestándose por las calles de París, sobre un fondo brumoso por los gases que utilizaba la policía anti-disturbios. Y creíamos que enseguida la furia pasaría a formar parte de la hemeroteca, sin más consecuencias.

Durante la década de los setenta París había recobrado su proverbial “glamour”. Era una ciudad grandiosa y bien iluminada en las zonas centrales con barrios periféricos más oscuros, pero por casi todos se podía pasear tranquilo hasta altas horas de la noche. Incluso el pueblo más recóndito de Francia disponía de un coqueto restaurante con flores y velitas en las mesas. En aquellos años la nación gala ejercía una fuerte atracción sobre toda Europa, de alguna manera era el espejo en que todos deseábamos mirarnos.

Ya se hablaba de la “Gauche Divine”, (en español la divina izquierda), en todo lo relativo al arte, la literatura, el cine, y eso era una clara muestra de que se estaba empezando a sacralizar la izquierda política y todo lo que suponía de ruptura total con los valores tradicionales de la Francia profunda. Pero sí puedo afirmar rotundamente que los franceses de entonces tenían una marcada tendencia a expresarse con buenos modales, a cuidar las casa mimando los pequeños detalle…En definitiva era una sociedad bastante laica, pero seguía atraída por lo bello. No había ninguna similitud con la época de Robespierre, o de la Comuna de París.

Por desgracia, el terrible espectáculo que este año han ofrecido al mundo solamente tenía paralelismos con los tiempos de la guillotina en las plazas públicas, con la represión a los católicos durante la Guerra de la Vendée en 1793, con las etapas más negras de la historia gala. Porque ha sido una exaltación de la grosería, del chabacanismo más exultante.

La enésima burla contra el cristianismo

Unas imágenes transmitidas “urbe et orbe” en las que lo diabólico se mezclaba con lo “cutre”, produciendo vapores hediondos y sulfurosos. No solo hacía daño a la vista, es que hasta la pantalla del televisor olía a basura putrefacta.

Ahora bien, no nos hagamos líos, aunque muchos lo han calificado como una humillación, o bien de escarnio, a los cristianos, es mucho más grave que todo eso. Puesto que la blasfemia iba contra Cristo, contra el Hijo de Dios.

Y Jehová no se hizo líos cuando le dijo a Samuel:…”porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos.” (1ª Samuel 8:7) y ”Ahora pues, oye su voz, mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales cómo les tratará el rey que reinará sobre ellos” (1ª Samuel 8:9).

El lamentable espectáculo de los Juegos Olímpicos hablaba por sí solo mediante aquellas hirientes imágenes, en las que el tumbado Baco parecía decir: —“Hemos dejado atrás todo cuanto no produzca placer a la carne…” Sabemos que en Francia muchos cristianos salieron enseguida pacíficamente a la calle, en una muestra de repulsa y desagravio.

La nula reacción desde el campo cristiano

¿Pero cómo reaccionó el mundo cristiano en España? No lo sabemos y seguiremos sin saberlo. No lo vimos, tan solo unas muecas y alguna interjección ¡oh¡ ¡puf!, ¡bah!, algún comentario al compartir un café con el “cuñáo”. ¡Vaya contundencia y bizarría para condenar los hechos!

No hemos visto un comunicado conjunto de las iglesias cristianas por ninguna parte. De la Iglesia Católico-Romana no cabía esperarlo, pues a la hora de posicionarse claramente y sin ambigüedades, ni está, ni se la espera.

Pero de los que nos llamamos cristianos cabía esperar algo más, unas sábanas blancas colgadas en los balcones con el lema “Gloria a Dios”, escrito con aerosol, hubiese sido poco pero al menos algo…

Sobre este tema no quise escribir en caliente, mientras la indignación me embargaba, después de todo a mí solamente me acompañan cuatro años en el mundo evangélico y decidí esperar la reacción en la forma y medios que se tuviesen por costumbre.

Pues daba por hecho que el triste y demoniaco espectáculo que ya nos brindaron en la ceremonia inaugural del Túnel de San Gotardo, en junio de 2016, habría sentado un precedente de actuación, que de nuevo tendría que repetirse en términos aumentados. Ahora tengo que preguntarme si existió tal precedente, puesto que se han puesto de relieve conductas muy diferentes, que no deben pasarnos inadvertidas:

  • El 27 de julio, el Consejo de Iglesias de Oriente Medio, compuesto por cuatro grupos de iglesias cristianas, entre las que se encuentran protestantes y evangélicos, emitió un comunicado condenando la “burla a Jesucristo”.
  • El 30 de julio, el Presidente de Turquía Erdogan comunicó oficialmente su repulsa por “un acto enemigo de los valores humanos”, e instó al Papa Francisco a hacer lo propio. Aunque nos consta que Francisco respondió haciendo lo impropio, como tiene por costumbre, y colocándose de perfil.
  • También el 30 de julio, las Iglesias Ortodoxa Búlgara y Griega emitieron sus protestas por sendos escritos dirigidos al Embajador de Francia en sus respectivos países.
  • El 5 de agosto, la Institución egipcia Al Azhar, la más prestigiosa Universidad Islámica del mundo, condenó públicamente los hechos, aunque ellos consideren a Jesús un profeta menor.

Y podría proseguir ampliando la lista, entretanto los cristianos españoles nos seguíamos manteniendo oficialmente silenciosos.

La excepción a la indiferencia

Los escasos rayos de luz y de esperanza de estas últimas Olimpiadas se los debemos a algunos atletas profundamente comprometidos y valientes que no dudaron en mostrar los símbolos de su Fe, como hicieron el magnifico tenista Novak Djokovic, en su línea de no dejarse amilanar; la patinadora brasileña Rayssa Leal transmitiendo mediante signos “Jesús es el camino, la verdad, y la vida”; el judoca serbio Nemanja Majdov que no dudó en santiguarse y ha sido sancionado por ello a cinco meses sin participar en competiciones.

Hubo algunos más que se arriesgaron mucho, mientras nosotros en nuestras casas no hacíamos nada.

Y no puedo esperar indolente hasta comprobar qué nueva tropelía preparan para las próximas olimpiadas. Además según pasan las semanas, la certeza de que no se hizo lo que se debía se ha convertido en un pesado lastre para
mí.

Durante los cultos de oración, solemos invocarle frecuentemente llamándole ¡Señor!, ¡Señor! y entonces parece que le conocemos mucho, pero me pregunto si ÉL nos conocerá a nosotros, puesto que cuando debimos dar testimonio públicamente no pudimos hacer menos: hicimos menos que nada.

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