solicitud de Les Landry solicitando la eutanasia
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El libro de Proverbios nos regala una auténtica lección de vida que es a su vez, una advertencia ante la obstinada actitud humana de fijar los límites morales o éticos, al margen de Dios, para redefinir los límites del bien y del mal. Concretamente, Proverbios 17:19 nos dice «El que abre demasiado la puerta busca su ruina». Y es exactamente eso lo que está ocurriendo en las autodenominadas «sociedades del bienestar».

     Las sociedades modernas han llamado «conquistas» o «avances» sociales, a la aprobación sistemática de leyes y normas que contravienen la tradición cristiana y la propia palabra de Dios, corrompiendo a la sociedad, degenerando sus valores e incluso legalizando todo tipo de medida que atente contra la existencia misma de las personas.

     La forma de implantar estos nuevos valores y mediante la técnica política de la ventana de Overton, sigue siempre el mismo patrón: Utilizar eufemismos para rebajar el rechazo de la barbaridad propuesta, utilizar la empatía por el dolor de una víctima o supuesta víctima, utilizar precedentes históricos para normalizar su uso en el tiempo, impulsarlo desde los púlpitos de opinión pública y legalizarlo políticamente.

     De este modo los primeros casos de eutanasia apelaban a personas que vivían un infierno de dolor físico para el cual no había cura y que en el nombre de una misericordia letal que manifiesta su incapacidad e impotencia, ofrece como única salida la muerte de la persona que sufre. Los cuidados paliativos no entraban en la compasión de estos seres compasivos. Otros enarbolaban el nombre de la libertad, el derecho de cada uno a hacer con su vida lo que quiera, olvidando que somos seres únicos e individuales, pero que las decisiones que tomamos afectan sobremanera a la gente que nos rodea (padres, cónyuges, hijos, amigos…) y en última instancia a Dios mismo.

     Los países occidentales abrieron la puerta. Sentaron precedentes para unas causas muy estrictas y tasadas. Sin embargo, era cuestión de tiempo que se llegasen a hechos como el que ha ocurrido en Canadá, en donde Les Landry, un jubilado que está atravesando dificultades económicas y que teme quedarse sin hogar, ha sido autorizado a recibir la eutanasia por un médico que no ha tenido inconveniente en dar su firma para aprobar su solicitud.

     Lo más llamativo del caso es que Landry declaró que él quiere vivir, «no quiero morir», pero no puede permitirse el lujo de vivir.

     La sociedad del bienestar mata literalmente a sus pobres de forma legal, por la incapacidad de estos de ser económicamente independientes y por la indiferencia del resto de la sociedad. Es decir, la compasión de su dolor emocional no merece la pena ser tratada, la única salida que ofrece el sistema es acabar con tu sufrimiento acabando con tu vida. Y la indiferencia de la sociedad ante un drama solucionable contrasta con la empatía compasiva que decían tener hacia aquellos que sufren de forma irreversible.

     De materializarse la muerte de Les Landry, el valor de la vida humana habrá escalado un nuevo peldaño en la escalera de la ignominia, haciendo bueno el dicho de «cuánto tienes, cuánto vales», y dejando ver que la puerta que un día abrieron las sociedades occidentales en nombre de la compasión y la libertad, es un camino de ruina y muerte para los desamparados y los que sufren.

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