Origen de la Cruz Roja
Pablo Blanco
07 - Diciembre - 2007

Henry Dunant fundador de la Cruz Roja

     El Fundador de la Cruz Roja fue un cristiano evangélico de profundas convicciones?

     Henry Dunant nació el día 8 de mayo de 1828 en Ginebra, Suiza. Fue el primero de cinco hijos de una familia rica y considerada de profundas convicciones cristianas. En 1853 comenzó a trabajar en un banco. Estaba convencido de que tenía el deber religioso de usar su capacidad para triunfar en los negocios y así poder usar ese talento y riqueza en favor de los necesitados. También participó activamente en la fundación de la Alianza Mundial de Asociaciones Cristianas de Jóvenes (Y.M.C.A. por sus siglas en inglés) que se había creado en Londres.

     En 1855, sugirió fundar una Asociación Mundial de la Alianza Universal de las Uniones Cristianas de Jóvenes, cuyos delegados se reunirían, cada año, en otro país de acuerdo a un turno establecido. De esta suerte, la primera de dichas conferencias tuvo lugar en París en agosto de 1855. Dunant aportó una contribución valiosa para que la Y.M.C.A. se convirtiera en el poderoso movimiento mundial que es hoy.

     Además, fue el principal autor de la carta de la Y.M.C.A. Dunant se horrorizaba al ver lo inadecuado de los servicios sanitarios militares y la agonía que sufrían los heridos durante la batalla de Solferino (Italia) que enfrentaba a Franceses y Austríacos. Después de numerosas gestiones logró en 1864, en Ginebra, Suiza, sentar las bases de la Cruz Roja junto con los representantes de 17 países.

     Esta entidad de auxilio para los heridos de guerra, sin distinción de nacionalidades, adoptó los colores de la bandera suiza pero invertidos: una cruz roja sobre un fondo blanco. Sus esfuerzos ayudaron a crear la Conferencia de Ginebra (1863) y después la Convención de Ginebra (1864). En 1901 compartió el primer Premio Nobel de la Paz.

     Así relataron José Luis Santana Gómez y José Luis Peraza Fernández la vida de Dunant y el origen de la Cruz Roja Internacional:

     Anochecía, los soldados heridos trataban desesperados de respirar el aire viciado por el calor tórrido y el polvo, con voces cada vez más débiles imploraban auxilio. Al lado de algunos heridos, militares amigos se habían arrodillado, pero era muy poca la ayuda que les podían prestar para aliviar sus sufrimientos, pues carecían de medicamentos, víveres y agua. Sólo podían estrechar las manos de los moribundos entre las suyas y consolarlos lo mejor posible.

     Era el 24 de junio de 1859, los ejércitos del imperio austriaco y de la alianza francosarda acababan de librar una batalla, en Solferino, un pueblo al norte de Italia, donde participaron 300.000 soldados y resultaron muertos o heridos 40.000 de ellos. La carnicería había durado 16 horas.

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